sábado, 2 de febrero de 2013

EL AÑO 2011




EL AÑO 2011




por Dario Danti


Sueña, muchacho, sueña
cuando se alza el viento
en las vías del corazón, 
cuando un hombre vive 
por sus palabras           
o no vive ya                  

ROBERTO VECCHIONI


Voces, palabras.
Hamlicia, más que un espectáculo teatral, es un Ensayo sobre el final de una civilización. Hamlet y Alicia se encuentran y se desencuentran. Los textos de William Shakespeare y de Lewis Carroll (y no sólo de ellos) dialogan a distancia. Lo hacen en el interior de la cárcel de Volterra. Aquí, en la Casa de Reclusión, desde hace más de veinte años Armando Punzo y la Compagnia della Fortezza hacen revivir el teatro cada día.
Este año yo acudo solo.
Los actores son reclusos: representan en un lugar de encierro por excelencia. Punzo libera ese recinto de prisión: lo hace en los espacios estrechos de las celdas y en el patio alargado de la hora del paseo.
Sueño y realidad. Locura, claustrofobia, palabras. El Hamlet de Hamlicia es un personaje que baraja textos y palabras diferentes. Los personajes de Hamlicia crean situaciones en las que el espectador se queda a solas con el actor: lo escucha, le sigue en sus actitudes, se siente hipnotizado por él. Tacones altísimos, tejidos de colores chillones o recubiertos de plumas y lentejuelas, labios rojos y caras blancas, pelucas y sombreros enormes. Nadie puede permanecer al margen y Alicia observa, va de un lado a otro, llama la atención, incita a participar. Los cuerpos de los actores y el flujo de los cuerpos de los asistentes en el cuerpo de la cárcel. Y Hamlet deber ser liberado, como los propios espectadores, que son convocados directamente a participar en la escena final. «La revuelta de las palabras... todas las palabras en rebeldía... las palabras que vuelan... que pierden el sentido previsible... la revuelta de las palabras alcanza a todos... nuevas palabras nunca antes inventadas, oídas, imaginadas... todo debe tener aún una posibilidad...», recita Armando Punzo envuelto en el manto de una irreal Reina emplumada. Y los espectadores aferran letras blancas de poliestireno: las lanzan al cielo, al aire. Van y vuelven. Voltean en un rito catártico, de liberación.

Voces, palabras, revueltas.
«Los manifestantes denuncian las desigualdades territoriales y el desempleo galopante que golpea sobre todo a los jóvenes licenciados en el interior del país», ha declarado Jala Zoghlami, militante tunecino de los derechos humanos. «El cierre de todo espacio de expresión no nos deja otra vía para la contestación que la revuelta y la calle -ha denunciado el principal partido de oposición argelino, el Reagrupamiento por la cultura y la democracia (Rcd)-, y delante de una miseria creciente el Estado responde con el desprecio, la represión y la corrupción.» Una voz, que al final se ha convertido en un clamor: «¡Mubarak, vete!» «Sólo era cuestión de tiempo; sabíamos que ocurriría», comenta Tony de regreso de Tottenham. Un cartel: «Los gérmenes sirios saludan a las ratas libias» (así habían definido, respectivamente, Bashar al-Assad a los opositores y Muammar Gadafi a los rebeldes). «El pueblo quiere justicia social» también en Tel Aviv. «Este es el tiempo en que lo nuevo no llega a nacer y lo viejo no acaba de morir, es el tiempo de los monstruos, nuestra plaza es un monstruo», explica Ramón, uno de los “indignados”. Nosotros somos el 99 por ciento.

Voces, palabras, revueltas, ciudades.
Tunicia, la revolución de los jazmines. Mohamed Buazizi tiene 28 años. Huérfano de padre, ha interrumpido sus estudios porque ha de mantener a toda la familia: siete personas. Es un joven vendedor ambulante sin licencia. Si se “compra” el favor de las fuerzas del orden, se puede vivir tranquilo. Él no lo hace: no quiere rebajarse a compromisos. Es arrestado y, en la refriega, lo golpean en la cara y le escupen. Es una humillación demasiado grande. Para protestar se prende fuego delante del edificio del gobierno de Sidi Bouzid. Es la mecha de las revueltas que, en pocas semanas, se propagarán por todo el Magreb: desde diciembre de 2010 hasta el año nuevo, y durante todo ese año. La llamada primavera árabe empezó en invierno en un país no árabe. Jóvenes con una instrucción conquistada con penas y fatigas que deben afrontar porcentajes en torno al 30 por ciento de desempleo. La mitad de la población tiene una edad inferior a los 25 años; está descontenta con un presente que niega toda perspectiva de futuro, que roba el futuro. La revuelta constituye la única salida: no hay nada que perder cuando no se tiene nada. Desempleo, carestía alimentaria, corrupción y condiciones de vida deficientes. Caen los regímenes con las revueltas del pan: Zine al-Abidine Ben Alí en menos de un mes, el 14 de enero. “Pan y rosas”, se decía el siglo pasado. “Pan y jazmines”, en éste. En octubre se celebran las elecciones: más del 90% de los ciudadanos con derecho a voto esperan horas en largas colas para poder expresar su preferencia.
En Egipto, Israa Abdel Fatah tiene 28 años. Es una joven militante de los derechos civiles. Ha sido ella la autora de un llamamiento en Facebook que ha conseguido que un millón de egipcios salga a las calles para derribar a Hosni Mubarak, que desde hace treinta años dirige el país. Todo ha pasado en 26 días. Las grandes manifestaciones de la plaza Tahrir demuestran que los dictadores no son invencibles, que el cambio es posible. A finales de noviembre hay enfrentamientos y nuevas manifestaciones en la plaza Tahrir, el día de la víspera de las elecciones parlamentarias. Se repiten en diciembre. La junta militar, en el poder desde febrero, es acusada de haber aplastado a los discrepantes con puño de hierro y de haber intentado de todas las formas posibles retrasar la transición hacia la democracia. Es la “segunda revolución”.
Manifestaciones. A primeros de año también en Argelia y Bahrein tienen lugar marchas y protestas. La represión no se hace esperar. En Yemen, la dimisión del presidente Ali Abdallah Saleh llegará sólo a finales de año. Y también a finales de año, en la Siria de Bashar al-Assad 5.000 víctimas serán el resultado de la violencia del régimen contra el descontento que se extiende ya por todo el país.
En Libia la guerra dura seis meses. Seis meses y siete días, para ser precisos. El 17 de febrero, una semana después de la caída de Mubarak, los opositores organizan en varias ciudades una jornada de la rabia. El dictador Muammar Gadafi, en el poder desde hace más de cuarenta años, responde con la fuerza del ejército. El gobierno tiene Trípoli bajo control, pero en el este del país la revuelta se impone: Bengasi se convierte en la capital de los insurrectos. Nace el Consejo nacional de transición. Los rebeldes avanzan luego a lo largo del golfo de Sirte y nuevas ciudades pasan a ser el teatro de la lucha: Zawiya, Misurata, Zintan. En marzo se produce la contraofensiva, con el avance de las milicias del régimen. Una resolución de la ONU, con el objetivo declarado de proteger a la población civil, autoriza el uso de la fuerza y se crea una coalición internacional dirigida por Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. El papel militar y la contribución económica de Occidente serán decisivos para la victoria de los opositores. La carretera costera de Sirte, las ciudades de Brega y Misurata son ahora los nuevos focos del conflicto. Al paso de las semanas la actividad bélica pierde intensidad. “Crímenes contra la humanidad”: el 27 de junio el Tribunal penal internacional dicta una orden de detención contra Gadafi. El 21 de agosto los rebeldes entran en Trípoli bajo la cobertura aérea de la OTAN: una multitud festiva invade la plaza Verde. Dos meses después, en Sirte, Gadafi es capturado y muerto.
En el diario «il manifesto» el historiador Gian Paolo Calchi Novati se refiere al siglo breve de Hobsbawm y traza las coordenadas de un siglo largo: desde el Congreso panafricano organizado en Londres por Sylvester Williams en 1900, hasta las revueltas de 2011. Fue precisamente en aquel congreso cuando William E. Burghardt Du Bois, uno de los padres del panafricanismo, profetizó que el siglo XX se caracterizaría por la “línea del color”. Black, negro. Ese color, precisa Calchi Novati, era en último análisis «una metáfora para identificar a los hombres y las mujeres inferiorizados, periferizados y oprimidos por los imperios coloniales, por el mercado y por la ideología dominante.» El siglo XX estuvo caracterizado por la emancipación más que por la independencia o la consecución de la soberanía por parte de los pueblos “de color”, que dieron carta de nacimiento, hacia la mitad del siglo, al Tercer mundo. «El siglo largo -continúa Calchi Novati--fue testigo de muchas esperanzas, muchas victorias y muchas derrotas. A la luz de la historia, las responsabilidades por la involución que lo ha clausurado se reparten, con muchas alternativas y vaivenes, entre la codicia de los grupos dirigentes que prometieron la descolonización, la dificultad de las distintas capas sociales de los países afroasiáticos para definir sus respectivos derechos, y la desproporción entre los poderes de las fuerzas que detentan los capitales, la tecnología y la disponibilidad de mano de obra a escala mundial.» En Libia, ¿qué liberación era posible bajo las bombas de la OTAN? Para Calchi Novati concluyó en realidad el siglo XX largo, pero con una conclusión amarga: siglo breve y siglo largo tienden a coincidir. Y lo hacen en un mundo unidimensional: como después del hundimiento de los regímenes del Este, así ahora en el Norte de África se impone definitivamente la globalización del nuevo orden mundial. ¿Y en Túnez, en Egipto? Calchi Novati parece prestar más atención a lo ocurrido en Libia que a las revueltas de los demás países: las “primaveras árabes”, según esta tesis, resultan netamente infravaloradas.

Voces, palabras, revueltas, ciudades, plazas.
La plaza Tahrir, en El Cairo, ha sido el epicentro de la revuelta egipcia. La Puerta del Sol en Madrid, la plaça de Catalunya en Barcelona y otras decenas de plazas encarnan, desde mediados de mayo hasta el otoño, la rebelión de los “indignados”. Es el contagio de las revueltas norafricanas, aunque no haya un dictador al que derribar. Con la ocupación de la plaza se crea un espacio común, una esfera pública, una nueva agorá. Con tiendas de campaña. Y luego, la utilización de internet, de los blogs, de las redes sociales como Facebook y Twitter. Es la verdadera fuerza de un movimiento que toma cuerpo y se expande sin fuerzas políticas, sin sindicatos y sin líderes. Ciberdemocracia y/es democracia. «¡Democracia real ya!» significa participar y decidir en primera persona, sin mediaciones, más allá de los instrumentos clásicos de la representación delegada. Contra la corrupción de la política y de los partidos: «No nos representan.» Contra una política carente de soberanía: en la práctica son organismos extraestatales como el Fondo monetario internacional y la Banca central europea los que dictan la línea política (errónea). Y sin trabajo, sin pensión, sin futuro… Por tanto: «Nosotros no estamos contra el sistema, es el sistema el que está contra nosotros.»
Y el sistema está también contra los ingleses. La Gran Bretaña ha cambiado de cara en veinte años: la clase obrera ha desaparecido prácticamente de las grandes ciudades, y en las áreas desertadas por las fábricas se han creado grandes centros comerciales. El deterioro de la enseñanza es una constante, la precarización del trabajo una regla. En el período 1984-1997 el empleo de los jóvenes entre los 16 y los 24 años disminuyó en un 40 por ciento; el porcentaje ha crecido aún más en los últimos años. La distancia entre las clases acomodadas y las que lo son menos experimenta un aumento sensible, asociada a un consumismo desenfrenado. Las periferias se han convertido en guetos: las bandas de barrio son al parecer la única “institución” que funciona, aunque no se cumpla de modo automático el paso del gang a grupo criminal. Si estás dentro peleas, te enfrentas. Más datos: son 120 los chicos entre los 13 y los 24 años víctimas de muerte violenta en Inglaterra en 2009-2010; 16.604 losteenagers internados en el hospital por agresiones (de ellos, 1.907 heridos a cuchilladas). Hablar de futuro no es posible. No hay nada que perder, como en la banlieue parisina (corría el año 2005). La revuelta llega en los primeros quince días de agosto: el consumismo al revés, mediante el saqueo sistemático. La primera víctima es Mark Duggan, 29 años, muerto en el curso de una operación policial (le seguirán otros cuatro). Se desata la violencia: de Londres a Salford, de Birmingham a Manchester, de Leicester a Wolverhampton. El primer ministro David Cameron define la violencia como «criminalidad pura y simple». Resultado: 2.800 arrestos, 900 encausados.
Y la represión golpea también al movimiento estadounidense Occupy Wall Street, nacido a partir de un llamamiento público de la revista canadiense Adbusters. «¡A los bancos los han salvado, a nosotros nos han vendido!»: un concepto sencillo que se difunde capilarmente. La calle más importante de los Estados Unidos es aquella donde tiene su sede la Bolsa de Nueva York. Unas pocas manzanas hacia el norte hay una plaza: Zucotti Park, reestructurada después del 11 de septiembre de 2001 por la empresa Brookfield Properties, que le dio el nombre de su presidente. Vuelve a llamarse Liberty Plaza desde el nacimiento de Occupy Wall Street. Precisamente en el lugar donde tiene su sede el centro de los negocios surge otra plaza: una polis en miniatura. Hay una cocina, un comedor legal, servicios higiénicos, un centro médico, una biblioteca hecha con libros regalados e incluso un mercado (llamado centro confort). Luego está la zona de la asamblea general, que dispone de un micrófono humano. A través del micrófono humano circulan los anuncios, las ideas, las propuestas: las personas repiten, frase tras frase, concepto tras concepto, lo que el orador de turno está diciendo a los que se han reunido alrededor; de este modo se habla con una sola voz. No se trata sólo de escuchar lo que el otro está diciendo; es necesaria una capacidad de concentración real porque hay que repetir las palabras una tras otra. Vuelven las palabras: la posibilidad de las palabras, la revuelta de las palabras en todo el mundo.

Judith Revel y Toni Negri, en el sitio de uninomade, han tratado de encontrar un hilo rojo común a todas estas revueltas: sería «el rechazo a pagar las consecuencias de la crisis (nada sería más erróneo que considerar la crisis como una catástrofe ocurrida en el interior de un sistema económico sano; nada más terrible que la añoranza de la economía capitalista antes de la crisis); es decir, de la gigantesca transferencia de riqueza que se está produciendo en beneficio de los poderosos, organizados en formas políticas democráticas o dictatoriales, conservadoras o reformistas.» Es la crisis del neoliberalismo y la reacción a esa crisis económica global: obviamente varía la composición social de los protagonistas de las revueltas, pero el derecho al futuro les afecta a todos del mismo modo. Lo mismo vale también para los estudiantes de Chile, en lucha contra el sistema clasista de la enseñanza y de la sociedad heredado del régimen de Pinochet, y para los manifestantes israelíes que ocuparon la calle contra la carestía y los costos elevados de la vivienda.
La palabra crisis es misteriosa en cierto modo. Rebobinemos la cinta por un momento. En 2001 Enron, una de las mayores multinacionales estadounidenses que operan en el sector de la energía, quiebra de forma repentina. Un rayo en el cielo sereno: la empresa, de hecho, había experimentado en los últimos años un crecimiento extraordinario, decuplicando su valor y ascendiendo al séptimo lugar en la clasificación de las multinacionales más importantes de EEUU. Sin embargo, en un lapso brevísimo de tiempo las acciones de Enron, consideradas solidísimas, pierden su valor y pasan de una cotización de 86 dólares a 26 centavos, volatilizando de ese modo alrededor de 60.000 millones de dólares en un período de tres meses. ¿Una señal premonitoria? El 15 de septiembre de 2008 se produce la quiebra del banco neoyorquino Lehman Brothers, pero hemos de remontarnos al verano del año anterior para encontrar el origen de la crisis del crédito que desembocará, más tarde, en la nacionalización de los bancos británicos Lloyds y Royal Bank of Scotland.
Acciones, títulos, créditos, fondos (de pensiones privadas y de inversión pública), productos derivados, obligaciones… Es la financiarización de la economía: en torno al año 1980 los activos financieros equivalían de forma aproximada al producto interior bruto (PIB) del mundo; en 2010, en el nivel mundial, si el PIB equivale a 74 billones de dólares más o menos, el mercado de obligaciones vale 95 billones, las bolsas 50 billones, y los títulos derivados otros 446. El monto de toda esa riqueza es ocho veces superior a la economía real (industria, agricultura y servicios). En ésta el dinero real produce mercancías que producen más dinero. En la economía financiera el dinero produce un dinero (virtual) que produce más dinero virtual. ¿Y quién sale ganando con ese mecanismo? Un dato entre muchos: las primeras diez sociedades por su capitalización en bolsa, el 0,12% de las 7.800 sociedades registradas, detentan el 41% del valor total, el 47% de los beneficios y el 55% de las plusvalías registradas. Un puñado de operadores financieros está en condiciones de controlar el 65% de los flujos financieros globales.
Un bit de la memoria de un ordenador tiene más valor que una moneda de oro. Precisamente con el final de la convertibilidad del dólar en oro se consolida, a finales de los años setenta, la política del dinero fácil con la transición desde un mundo hostil al endeudamiento hacia un modelo distinto, el actual, repleto de deudas y perennemente al borde del colapso.
De 1990 a 2007 -diecisiete largos años--, el crecimiento económico global, con la única excepción de Japón, ha sido encabezado por los Estados Unidos con dos características principales: neoliberalismo y liberalización total de los mercados financieros. Desde 2007 nos encontramos sustancialmente en recesión. Algunos economistas hablan incluso de “segunda Gran Contracción” después de la crisis del 29 (y no de una simple recesión). Una fase de tiempos largos: de 2007 a 2014, según las previsiones.
La crisis de los Estados tiene su origen en un exceso de deuda privada, no de deuda pública. Esta última ha crecido, sí, pero debido a la toma de las medidas necesarias para impedir la quiebra de sectores privados. Un endeudamiento privado debido a la sobreproducción, pero también un endeudamiento privado de las familias causado por los bajos salarios. Los déficit en el balance financiero de un país se cubren vendiendo títulos, o lo que es lo mismo, pidiendo en préstamo dinero a cambio del cual se ofrece un interés: eso es la deuda pública. Para que el procedimiendo sea sostenible, la diferencia entre la tasa de interés de la deuda y la tasa de crecimiento del PIB debe mantenerse bajo control. Pero no ha ocurrido así.
En 2011 el centro de la crisis se sitúa en el Viejo Continente. La Europa monetaria del tratado de Maastricht (7 de febrero de 1992), en todos estos años no ha encontrado una fuente alternativa de demanda (las exportaciones hacia EEUU y Asia sólo han funcionado para Alemania y pocos países más); además, las inversiones han crecido poco y han buscado sobre todo rendimientos financieros elevados, mientras que el consumo se ha estancado por los bajos salarios y la desigualdad cada vez mayor, y el gasto público se ha visto bloqueado por los compromisos del Pacto de Estabilidad.
En la eurozona se da una situación paradójica, debido a que los Estados particulares han sido sometidos a una especie de doble presión: disminución forzosa de la deuda y, ligada a ella, especulación en bolsa sobre esa misma deuda (con la consiguiente prima de riesgo). La espiral especulativa permite que algunas grandes sociedades financieras empiecen a vender los títulos de deuda pública de Estados a los que se considera en riesgo de insolvencia; eso lleva a la depreciación del valor de los títulos y al consiguiente aumento de las tasas de interés. El spread -es decir, la diferencia en relación con los títulos considerados seguros (en Europa, los alemanes)--se dispara. Y Grecia, España, Portugal, Irlanda e Italia se convierten en los bolos tambaleantes de una partida global de bowling. Se precisa liquidez monetaria. Y así se suceden los planes de salvamento: para los Estados, pero sobre todo para el mundo bancario y financiero.
La situación es aún más paradójica porque Europa sigue siendo el mayor socio comercial de Estados Unidos y China, y China (entiéndase: sus empresas y sus bancos) es el mayor poseedor extranjero de deuda pública estadounidense. Lo mismo ocurre con Alemania en relación a Grecia, o con Francia respecto de Italia. O de los países fuertes hacia España e Irlanda. Y en este cuadro de interdependencias globales emerge un Viejo Continente que se mueve a velocidades distintas. Mientras la “periferia” de Europa (el Sur, el Este, Italia e Irlanda) se asfixia entre la desertificación de su tejido económico y la prima de riesgo financiera, el corazón, el “centro” -la Europa carolingia (Alemania, Francia y el Norte)-- puede entrar en breve en un largo período de estancamiento. Una situación que fácilmente podría resultar implosiva para el euro y para la propia unidad europea.

Grecia ha estado al borde de la bancarrota. Las intervenciones financieras puestas en práctica por la troika -la Unión europea, el Banco central europeo y el Fondo monetario internacional--han provocado sangre y lágrimas en aquel país: baste pensar en la medida del despido de 30.000 funcionarios públicos. Durante meses y meses se han sucedido huelgas, manifestaciones y concentraciones en las plazas. Bastó que en noviembre el primer ministro Giorgos Papandreu anunciara un referéndum popular sobre las medidas impuestas por la troika, para recibir la amenaza de la retirada del plan de salvamento. Resultado: dimisiones y gobierno de unidad nacional bajo la dirección de Lucas Papademos, ex vicepresidente del Banco central europeo.
Es muy probable que los referéndum sean puntos de inflexión que señalen cambios de etapa histórica (para lo bueno y para lo malo).
Como ha escrito el sociólogo Ilvo Diamanti en «Repubblica», los referéndum siempre han marcado cambios históricos en la Italia republicana. «Desde 1946, fecha en la que precisamente nace la República. Luego, en 1974, el referéndum sobre el divorcio: el sesenta y ocho proyectado al plano de las costumbres, el giro laico y antiautoritario de la sociedad italiana. En 1991, hace justamente veinte años, el referéndum sobre la preferencia única para el Parlamento. Es el muro de Berlín que se derrumba sobre nosotros; anuncia el final de la Primera República y la puesta en marcha de la Segunda. En 1995, el referéndum contra la concentración de canales de televisión. Es decir, contra la posición dominante de Berlusconi. Fracasa. Y dificulta, después, cualquier acción contra el conflicto de intereses. Desde entonces, todos los referéndum revocadores fracasan. En particular el de abril de 1999, que pretendía la abolición de la cuota proporcional en la ley electoral. No alcanzó el quorum por un escuálido puñado de votantes. Marcó el final del referéndum como método de reforma y de cambio institucional protagonizado por la sociedad civil.» Referéndum y participación. En 2011, inversión de tendencia: contra las nucleares, por el agua pública como bien común y a favor de la abolición del impedimento legal para procesar al presidente del Consejo, acuden a las urnas más de 27 millones de mujeres y hombres; se sobrepasa el quorum exigido con una avalancha de Síes.
Ese referéndum se sitúa en el contexto de un nuevo clima: toda una serie de sucesos y acontecimientos demuestran que el viento, en Italia, está cambiando de verdad. Las manifestaciones de mujeres si ahora no, cuándo el 12 de febrero, los estudiantes, la huelga general de la Cgil el 6 de mayo, las elecciones administrativas de la primavera que ven la afirmación abrumadora de los candidatos de izquierda: deshielo y desencanto.

Ese verano estalla, también en Italia, la crisis económica. Desde el miércoles 16 de noviembre Mario Monti, ex comisario europeo para la Competencia, es el nuevo presidente del Consejo de ministros después de la dimisión de Berlusconi.

Garden of Error and Decady es una obra de arte de Michael Bielicky y Kamila B. Richter. Se trata de una instalación multimedia que reproduce un videojuego, o mejor dicho un data-driven narrative game… y el espectador interactúa directamente por medio de una palanca de mando, unjoystick. Parece una fantasía, pero las imágenes del paisaje digital en continuo movimiento -proyectadas a todo lo largo y ancho de una pared--son símbolos de una multiplicidad de sucesos tales como catástrofes naturales, atentados terroristas, desastres ecológicos, guerras, crisis financieras, accidentes aéreos, daños para la salud, desórdenes sociales, pobreza y hambre. Es una película interactiva generada en tiempo real porque datos de la Bolsa y de Twitter se insertan de forma instantánea en la obra modificando los acontecimientos e interviniendo en las imágenes con pictogramas correspondientes a los distintos sucesos negativos. Con la palanca de mando el espectador puede golpear los símbolos como en un videojuego: se puede participar, es posible eliminar determinados elementos. En realidad es una mera ilusión pensar en poder influir en el curso de los acontecimientos: el efecto del disparo está determinado por la marcha de los mercados financieros. Si los índices bursátiles suben, el disparo del espectador eliminará la noticia negativa; al contrario, si los índices descienden, el golpe provocará la proliferación del suceso negativo. Impotencia: los hechos supraordenados han alcanzado ya un nivel tal que se han hecho incomprensibles o inmodificables. Y sin embargo determinan realmente la vida de todos, todos los días.
Es necesario estar siempre atentos a los referéndum virtuales.


Traducción Paco Rodríguez de Lecea



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