martes, 5 de febrero de 2013

ÍNDICE DEL LIBRO




LAS OCASIONES PERDIDAS


Fausto Bertinotti y Dario Danti

 

 

El libro está dedicado a Rina Gagliardi

 

 

Índice

 

 

El año 1991


HUNDIMIENTOS Y GIROS (1)


HUNDIMIENTOS Y GIROS (y 2)


EL AÑO 2001


Hundimientos y promesas (1)


Hundimientos y promesas (2)

 

EL AÑO 2011


(1) Hundimientos y revueltas


2) Hundimientos y revueltas



(2) Hundimientos y revueltas



En el número 8/2011 de «MicroMega», Kalle Lasn, el fundador de la revista canadiense «Adbusters» de la que surgió Occupy Wall Street, confía a Federico Rampini que el objetivo futuro del movimiento es fundar un partido. Tú, al contrario, hablas de irreformabilidad de la política y de los partidos: ¿cómo juzgas la provocación de Lasn?

Las afirmaciones de Kalle Lasn son muy interesantes. Sostiene de forma explícita que Occupy no se irá a la cama con los demócratas. Más aún: «No creo que tenga ningún interés mezclarse con un sistema político corrompido, donde el poder de los grandes grupos capitalistas, el poder de Wall Street, ha penetrado en todos los niveles, en todos los partidos. Yo pienso que del movimiento Occupy surgirá un tercer partido, para liberarnos de la falsa opción entre demócratas y republicanos, que equivale a elegir entre Coca Cola y Pepsi Cola.» Federico Rampini objeta que un tercer partido podría favorecer a los republicanos, como la candidatura del verde Ralph Nader en las presidenciales USA del 2000, las que llevaron a George W. Bush a la Casa Blanca (con daños colaterales inmensos, como la guerra de Irak). Kalle Lasn no elude esa problemática, comprende la comparación, pero da la vuelta al argumento de Rampini al sostener que, antes o después, «los enormes problemas de este planeta, con sus 7.000 millones de habitantes, habrían estallado de todos modos.» Y continúa: «De una u otra forma habríamos pagado las aberraciones de este modelo de desarrollo, habrían aflorado a la superficie las consecuencias de la espantosa corrupción del sistema político americano.» Y para terminar, Lasn lanza una estocada profunda: «Las objeciones que plantea usted son típicas de la izquierda histórica, de la vieja izquierda europea, que tiene una idea tradicional de la política, un modelo vertical basado en líderes y en manifiestos programáticos. La nuestra es la generación de internet, sin líderes, horizontal. El éxito del movimiento dependerá del pulso entre la izquierda vieja y la nueva. Si la nueva se impone, será un salto adelante fantástico. Si vence la vieja izquierda, sucederá lo mismo que sucedió después del sesenta y ocho, la novedad se extinguirá.»
Así pues, la ambición de crear un partido ha de leerse más como una intención de “comparecer”, de adquirir autonomía respecto de la política vigente porque ésta es irreformable («un sistema político corrupto»). En consecuencia es necesario refundar la política por completo y sobre bases distintas, explorando nuevos caminos, o mejor dicho transitando por los senderos tortuosos de las revueltas. Permanece todavía dramáticamente sin resolver el problema de la definición de la meta, pero es previsible que en esta ocasión sea el itinerario mismo el que defina la meta, y no al contrario.


¿Quiere eso decir que existe una incompatibilidad entre esta política y las revueltas?

Hay incompatibilidad con la “política real” porque la fase actual del capitalismo es incompatible con la democracia. Me doy cuenta de que hago una afirmación muy fuerte, pero estoy convencido de que de eso se trata. Las opciones de fondo y el gobierno de los procesos son ya imposibles desde la base de un ejercicio democrático de consenso.
La globalización neoliberal de los inicios, la de los años noventa para entendernos, teorizaba que, al liberar la economía de “trabas y de trampas” por medio de privatizaciones y liberalizaciones, se darían las condiciones en una fase posterior para la mejora de las condiciones de vida de las personas (entendidas éstas como familias y empresas). No ha ocurrido así. Por el contrario, hemos asistido a una continua desestructuración social, al crecimiento de las desigualdades, a un empobrecimiento generalizado. El proceso que ha generado todo esto se ha difundido a escala mundial, por más que las manifestaciones del mismo hayan sido diferentes en las distintas áreas geopolíticas implicadas.
Hoy, el capitalismo financiero globalizado en crisis lleva a cabo una operación simétrica a la puesta en práctica en las fases colonialistas del desarrollo capitalista. Como ya no tiene territorios físicos por ocupar externos a aquel Occidente que en tiempos fue opulento, el capital, para superar la crisis y seguir acumulando riquezas y beneficios, se repliega sobre sí mismo e invade los espacios internos que en el ciclo anterior habían quedado al margen de su poder: el estado social y el ejercicio del poder contractual sobre el trabajo. Se promueve así la desestructuración del sistema de pensiones, la reducción de los salarios, la ausencia de redistribución de la riqueza, la precarización del trabajo. Un trabajo que el capitalismo financiero globalizado tiene la ambición de reducir a mercancía, negando sistemáticamente incluso ese excedente cualitativo que lo convierte en una mercancía singular: la subjetividad de las trabajadoras y los trabajadores. Vuelve a plantearse, como ya hemos apuntado antes, la puesta en discusión sistemática del compromiso dinámico alcanzado en la segunda posguerra mundial entre capital y trabajo. Esta expropiación conduce, no sólo a lo que Marx llamó “subsunción real” (y ya no únicamente formal) de la fuerza productiva del trabajador bajo el dominio del capital, sino a una colonización inédita de la persona humana: todo lo cual representa una amenaza a la civilización y a la humanidad. Utilizo el término colonización por la razón de que no afecta únicamente al trabajo, sino que se extiende a toda la persona humana y también a la naturaleza, me atrevería a decir que se extiende a todo lo vivo. En este nivel nuestro razonamiento se hace más complejo y más comprehensivo: este capitalismo en crisis, para sobrevivir se convierte en omnívoro y no es ya sencillamente incompatible con la democracia y su libre ejercicio; este capitalismo en crisis amenaza ser incompatible con el libre desarrollo de todas las formas de vida.


¿Podrías explicar con más detalle esa tesis sobre la dimensión omnívora del nuevo capitalismo, profundizando en los acontecimientos que están teniendo lugar en el continente europeo?

Hablemos de la Europa real, la de la moneda única y de los parámetros establecidos en Maastricht en 1992. Se trata de una Europa privada de instituciones políticas electivas, que ha aceptado el dogma neoliberal y la financiarización de la economía. Goza de una relativa estabilidad política garantizada por los gobiernos, incluidos los de centro-izquierda, que, sobre todo en los años noventa, decidieron limitarse a administrar lo existente, bajo la filosofía de Maastricht. Aquel fue el tiempo de la globalización ascendente en Europa.
Con la crisis iniciada en 2007, ese edificio intergubernamental ha quedado en evidencia. En la materialidad de la economía real, el desgaste progresivo del modelo anterior ha dado paso a la estructuración progresiva de un nuevo capitalismo que, como hemos visto antes, invade espacios internos que antes habían quedado colocados al margen de la lucha de clases y de la política, y se convierte de ese modo en omnívoro y totalizante. Ese proceso constituyente material en curso tiene la ambición de imponer también un constituyente político-institucional: le resulta necesario abolir determinadas reglas externas y de ejercicio democrático. En la nueva Europa ya no hay lugar para la soberanía popular: el riesgo implícito es el advenimiento de una fase postdemocrática con un gobierno oligárquico. ¿Qué otra cosa es la llamada troika –representada por la Unión europea, el Banco central europeo y el Fondo monetario internacional–, sino ese nuevo gobierno en embrión?
La tendencia oligárquica del gobierno posee una fuerte connotación tecnocrática: la política enmudece, le ha sido sustraída cualquier posibilidad de toma de decisiones. La Europa postdemocrática sólo prevé la homologación de la política a las decisiones adoptadas por la economía. El chantaje implícito en esa tendencia homologadora ha sido bien descrito por el filósofo francés Etienne Balibar con la expresión “o yo o el caos”, siendo ese yo los diktat económicos y sociales de la troika.
La política institucional no dispone de alternativas en su seno. En Grecia y en Italia no se han formado “grandes coaliciones” después de un resultado electoral incierto que no ha dado una mayoría suficiente de gobierno a ninguno de los partidos en presencia; los parlamentos elegidos no se han inclinado por ninguna opción. En Italia y en Grecia la política ha abdicado de su papel y ambos países se han alineado en el proceso constituyente postdemocrático y oligárquico. El gobierno de los técnicos no es un “remiendo” –no es un paréntesis, como llegó a decir Benedetto Croce del fascismo a principios del siglo pasado–, sino un vestido nuevo para una nueva fase del desarrollo capitalista. Si la operación tiene éxito, se formará una nueva sociedad orgánicamente a-democrática y neo-autoritaria.
Y allí donde sí se llama a los ciudadanos a votar, como en el caso de las elecciones políticas en España, se consiente en hacerlo porque desde antes de dar comienzo la campaña electoral está claro, no sólo cuál será la tendencia política que se alzará con la victoria, sino, sobre todo, su nivel de adhesión acrítica a las recetas obligadas de la troika. El Partido Popular de Mariano Rajoy está dentro y no fuera del proceso postdemocrático y oligárquico, puesto que aplicará al pie de la letra los dictámenes de la Unión europea, del Banco central europeo y del Fondo monetario internacional.


Lo que tú describes, ¿es un desenlace inevitable? ¿Pueden las revueltas oponerse a este proceso constituyente neocapitalista y poner un dique, un límite, a esa tendencia?

El límite debe ser en primer lugar político y cultural. Las revueltas lo prueban.
Replicando a distancia al afortunado panfleto del francés Stéphane Hessel, ¡Indignaos!, Pietro Ingrao ha afirmado explícitamente que “indignarse no basta”. Es decir, que al movimiento espontáneo, a la denuncia de la injusticia sufrida, debe seguir la elaboración, la propuesta y la práctica colectiva y organizada. Según Ingrao, es ilusorio que la indignación pueda suplir a la política y, en primer término, a la creación de formas eficaces de acción política. Tal es, por lo demás, el legado que nos ha dejado nuestra mejor historia.
Pero yo pienso que es precisamente la indignación la que marca un límite, un límite cien por cien político, a la tendencia al dominio en la actual realidad, tan distinta de la que vivió Ingrao como protagonista y como maestro nuestro. La indignación es hoy una lectura del mundo y las revueltas representan prácticas políticas múltiples y eficaces.
Ante todo, la palabra “indignación” reclama de forma explícita la asociación con otra palabra fundmental: “dignidad”. La dignidad debe entenderse como límite subjetivo a la explotación, un límite que puede materializarse en el conflicto. La dignidad humana, la dignidad de lo viviente, la dignidad de todas las formas de vida son el límite que este capitalismo omnívoro y totalitario no puede sobrepasar. En la fase en la que nos encontramos, resistir y reconstruir significa ser conflictuales: las revueltas practican el conflicto y pueden proponerse como poder constituyente.Quien se rebela hoy parte de sí mismo y de su propia dignidad negada para construir un futuro nuevo.
La antigua expresión de la revolucionaria alemana Rosa Luxemburg, “socialismo o barbarie”, resulta hoy tan vieja y obsoleta como, paradójicamente, de extraordinaria actualidad. En la base de esa dicotomía se esconde otra todavía más radical, que expresaría con la fórmula “igualdad o barbarie”. La igualdad entre las personas es el anhelo y la finalidad que nace de la indignación de cada vida individual maltratada, herida, anulada. Ser iguales, es decir, poseer la dignidad de vivir y la libertad de vivir: eso sólo es posible a partir de la eliminación de los obstáculos materiales –impuestos hoy con dureza por el capitalismo financiero globalizado–, y en consecuencia de la superación tanto de la alienación como de la explotación del hombre por el hombre. Para cada hombre concreto, para cada mujer concreta, para mí y para el otro, para la humanidad entera.
Las revueltas y los movimientos del 2011 están de hecho empezando a poner en pie el otro poder constituyente, tendencialmente en colisión con el capitalista. La política, la democracia y la izquierda pueden renacer si consiguen captar todas las potencialidades de las revueltas. Estas últimas, a su vez, pueden crecer o caer para más tarde resurgir de otra forma, pero en cualquier caso son la respuesta, incluso en el caso de que en esta ocasión no tengan éxito. Pero pueden tenerlo.
Pueden tenerlo a través de un proceso abierto, supranacional y mundial. Pueden, si hacen de la democracia radical e integral el modo de ser, el signo de identidad de este trayecto. Pueden: hurtando espacios enteros al dominio del mercado para conquistar una sociedad de bienes comunes, del común; desafiando el dominio del mercado, desde dentro, a través de la reconstrucción del conflicto.
Pueden, si se evita también una apología de las revueltas, y se señala por lo menos una de sus eventuales limitaciones a fin de que sea posible trabajar para superarlas todas: el decalaje existente entre los múltiples conflictos presentes, empezando por la separación, todavía tan abrumadora, entre los conflictos laborales, los conflictos por los derechos de la persona y los conflictos para la conservación de la naturaleza. Esta es precisamente la razón por la que resulta imprescindible que las subjetividades de los movimientos se autoorganicen en una constituyente de los movimientos. Esta ocasión es el futuro. 


Traducción de Paco Rodríguez de Lecea

domingo, 3 de febrero de 2013

(1) Hundimientos y revueltas




diálogo con Fausto Bertinotti


Se hunden las dictaduras del Norte de África, en Europa nacen nuevos movimientos sociales, incluso en Estados Unidos tienen lugar imponentes manifestaciones. ¿Cómo podemos definir estos conflictos de un nivel global, y a the protester (“el manifestante”), que la revista «Time» eligió como personaje del año 2011?

Hay un hilo rojo que recorre estos acontecimientos, estas agitaciones, estas personas en lucha: es la revuelta, son las revueltas. Se dan, obviamente, especificidades, pero yo no las catalogaría a partir de los distintos continentes (África del Norte, América del Norte, Europa), porque lo que destaca es que todas esas revueltas presentan rasgos homogéneos. Dejaría fuera únicamente el caso de Libia, más parecido a la guerra del Golfo, es decir a un conflicto bélico en el que Occidente juega un papel decisivo, encaminado de forma más o menos explícita a redefinir las fronteras geopolíticas para repartirse los recursos energéticos (como lo ha descrito bien el historiador Gian Paolo Calchi Novati).
Se trata de revueltas autogeneradas, no hay en ellas ningún elemento mayéutico, ninguna dirección externa: no las encabeza ningún partido político y tampoco líderes carismáticos identificables como tales. Yo hablaría más bien de una sedimentación que, en estos años, ha fraguado en agitación y se ha explicitado en formas y modalidades inéditas.
Podemos señalar algunas características comunes y determinados temas de fondo: en primer lugar el rechazo a una injusticia sufrida; después, la búsqueda de futuro; y en tercer lugar, la reacción contra la represión violenta, contra la violencia del sistema.
El antecedente son las revueltas del otoño de 2005 en las banlieues parisinas. El 27 de octubre, en Clichy-sous-Bois, dos adolescentes hijos de emigrantes africanos y magrebíes, Zyed Benna de 17 años y Bouna Traoré de 15, mueren electrocutados por un transformador en el interior de la cabina de una instalación eléctrica; un tercero, Muhittin Altun de 17 años, sufre heridas graves. No está claro el motivo por el que los tres estaban en aquel lugar; según algunos, les perseguía la policía porque habían cometido un hurto y escalaron el muro para esconderse. La acusación resultará infundada. Es la mecha: la muerte de “uno de los suyos”. Como en Tunicia con Mohamed Buazizi, el joven al que se negó el trabajo, que fue humillado por el sistema político con el rechazo incluso a escuchar sus argumentos, su recurso; entonces llevó a cabo el gesto extremo de prenderse fuego y negarse a sí mismo la vida: una doble negación. Muertes dramáticas que, paradójicamente, nos hablan de la vida, porque son la chispa que hace estallar la revuelta. De la negación de la vida, de la anulación, surgen la rebelión y el rechazo del poder injusto y violento.


Sería cosa de preguntarse por qué precisamente en ese momento, precisamente en 2011, y por qué con esa intensidad...

Para responder a ese interrogante, hemos de entender el papel que desempeña el poder constituido. Las revueltas de las banlieues parisinas son paradigmáticas porque, en aquella situación, el entonces ministro del Interior Nicolas Sarkozy, no sólo perseguía el objetivo de la “tolerancia cero”, sino que no dudó en calificar de “canallas” a aquellos muchachos y muchachas. El poder no comprende lo que está ocurriendo en la sociedad: allí como en otros lugares, en todas partes. Yo lo definiría sin dudar como la ceguera de occidente y del poder de nuestro tiempo.
Al final de la década pasada se va configurando poco a poco una nueva generación que, a través de manifestaciones diversas y de múltiples luchas, encarna una posibilidad para la revuelta. Es la generación de la precariedad, la que sufre la traición, en occidente, de las promesas de la democracia, del desarrollo y de la política, mientras la globalización ha dejado ya de ilusionar incluso a sus propios corifeos. Esa ebullición se manifestará a escala global en 2011. Y lo hará en formas y modalidades inéditas, conectando, por ejemplo, el mundo virtual y la plaza real. Es decir, utilizando los nuevos instrumentos de comunicación –Facebook, Twitter...– como si fuesen una “segunda piel”. Plaza virtual y mundo real son inescindibles en esta nueva fase: representan las dos caras de la misma medalla.
Precisamente en 2011 las revueltas, en su pluralidad, toman cuerpo y se despliegan porque se difunde entonces de forma explícita la conciencia de la irreformabilidad interna del gobierno de los Estados, o mejor dicho de los regímenes, y en último término del sistema entero.


Citas el gobierno de los Estados, hablas luego de regímenes, y en último análisis del sistema económico y social vigente. Estos contextos diferentes, ¿han favorecido, los tres, el nacimiento de las revueltas?

Hemos de partir de una palabra clave: irreformabilidad.
Después de la descolonización, y desvanecidas ya las esperanzas suscitadas por el panarabismo que, desde finales de los años cincuenta, quiso implantar una soberanía y una autonomía económica y política respecto de occidente por parte de los países de la península arábiga y el Norte de África, en estas áreas se instauraron reales y verdaderos Estados autocráticos. El despotismo y la corrupción se tradujeron en un inmovilismo que, a largo plazo, estaba llevando a la región a una decadencia completa e incontrovertible. La gestión del poder a través del familismo y el nepotismo no permitía una reforma siquiera mínima, es decir un cambio “desde dentro”. Todo lo cual, naturalmente, se reforzó y agudizó con la escalada de la crisis económica.
En Europa, por el contrario, se prepara desde arriba el advenimiento de un nuevo régimen; o por lo menos, se intenta. Es el arrumbamiento drástico de la etapa democrática, para entendernos de los treinta años gloriosos de los trabajadores que tuvieron su ápice en el bienio 68-69. Los años del derecho del trabajo y en el trabajo y del welfare state, o dicho de otro modo de las luchas de clase que dieron lugar al compromiso dinámico entre el capitalismo y el movimiento obrero. En Europa se quiere poner en discusión precisamente ese compromiso: se pretende, en suma, una auténtica revancha de clase para construir un nuevo capitalismo totalizante “puro”.
Una irreformabilidad diferente, por tanto, pero con la constante de la imposibilidad de un cambio desde el interior del sistema. En el caso de las revueltas del Norte de África, el continuismo desesperado del ejercicio del poder por parte de los regímenes moribundos y, en ese contexto, la conciencia creciente de que es posible obtener resultados inmediatos, atizan la revuelta; en el Viejo Continente es la naciente posibilidad de construcción de un régimen sin democracia lo que provoca la indignación de miles de personas, jóvenes sobre todo. El resultado de las revueltas en Europa es aún incierto precisamente porque se sitúan en un cuerpo a cuerpo conflictual con quienes quieren instaurar ese nuevo tipo de régimen. No se trata en todo caso, por parte de quienes se oponen, de conservar lo existente tal como es, sino de tener claro finalmente el proceso de radical mutación económica y política hacia el que Europa debería y podría tender. También por esa razón, el tiempo de las revueltas no puede ser sino largo e incierto.


Muy radicales son también los objetivos del movimiento estadounidense Occupy Wall Street, que el estudioso Immanuel Wallerstein ha definido como el mayor movimiento activo en EEUU desde el del sesenta y ocho...

Indudablemente. Ahí encontramos la lucidez del análisis y el sentido práctico del objetivo, dirigido no contra la Casa Blanca sino contra los templos del poder real, es decir el económico-financiero. La prueba es la frase que pronunció Barack Obama en la inauguración de la campaña para las presidenciales de 2012: «La política ha perdido.» Y aun más: se encuentra una extraordinaria heterogeneidad de subjetividades en el movimiento, por no hablar de las formas concretas de la acción política, conectadas a la amplitud del consenso alcanzado.
Me parece decisivo, por lo demás, otro elemento peculiar de Occupy Wall Street: el retorno de la política que sabe distinguir y practicar el conflicto. En los últimos años, en efecto, nos hemos acostumbrado a una política que se escondía detrás de la retórica de los “intereses generales”, camuflando de ese modo todo lo que, en cambio, era útil sólo para el poder constituido. Una política aceptada por una izquierda suicida que ha anulado al adversario asimilándose a él hasta hacerse indistinguible. Con el eslogan Nosotros somos el 99, vosotros el 1 por ciento se dice claramente, en la sociedad del capitalismo financiero globalizado, cuál es el sector mayoritario y cuál el minoritario, quiénes son los amigos y quién el enemigo. El uno por ciento no es reformable y, para defender sus intereses, construye una sociedad política no democrática.
Me vuelve a la mente el eslogan de diez años antes, el del movimiento de Génova: Vosotros G8, nosotros 6.000 millones. Es casi el paso del testigo, como en una carrera de relevos. Y sin embargo el contexto es diferente: en 2001 la globalización neoliberal y la guerra global preventiva y permanente estaban en su apogeo; en 2011 tanto ese tipo de guerra como el tipo de globalización se encuentran en una crisis profunda. Por más que sabemos que, históricamente, el capitalismo siempre ha buscado –y hasta hoy lo ha conseguido– reinventarse para escapar a las crisis que ha padecido.


¿Cuáles son, en tu opinión, los otros elementos de continuidad entre este movimiento y el que se desarrolló hace ya más de diez años?

En los dos casos se da la tensión para constituirse como un movimiento mundial. En segundo lugar, se trata de movimientos del siglo XXI: como hemos dicho en el diálogo anterior, se obvia el análisis sobre el fracaso del movimiento obrero y de la izquierda del siglo pasado, y se toma como punto de partida una plataforma cultural crítica externa a aquella derrota. En tercer lugar, la composición de los animadores de ambos movimientos tiene connotaciones de un fuerte rasgo generacional.
Pero las revueltas, en mayor medida que el movimiento de los movimientos, plantean dos temas de fondo: la democracia integral como práctica y apropiación directa del espacio público y la política como conflicto (no sólo de clase, sino como resultado de una pluralidad de contradicciones, entre ellas la de clase).
El movimiento que nace en Seattle en 1999 y que crece con las jornadas del G8 de Génova, hasta las imponentes manifestaciones contra la segunda guerra del Golfo, declara que otro mundo es posible y lo hace instaurando una relación con la política, entendida también como partidos e instituciones. Con todos sus límites esa política, pese a lo feroz de la crítica, es reconocida como interlocutora por el movimiento. Las revueltas, por el contrario, prescinden de la política dada: el juicio es en este caso tan severo que declara irreformable la política actual, en primer lugar la de las instituciones representativas y los partidos. Es más: asistimos a la toma de conciencia definitiva de que esa política ha sido devorada, estrangulada por el mercado. En ese sentido podemos hablar explícitamente, por un lado, de eutanasia de la política, y por otro, de las revueltas como posibles incubadoras de una política distinta, Las revueltas de 2011 tienen el mérito de ponerlo todo “patas arriba” y de gritar que “el rey está desnudo”. Por eso a partir de ellas es posible reemprender la marcha sin la obligación, como ha dicho uno de los líderes de Occupy Wall Street aludiendo a la alternativa entre demócratas y republicanos, de elegir entre la Coca Cola y la Pepsi Cola.


Sin embargo, muchos analistas e intelectuales sostienen que las revueltas no son revoluciones: ¿ocurre así por el espontaneísmo y por la ausencia de un programa político claro y definido?

Pienso que no se debe analizar las revueltas a través de categorías analíticas del siglo pasado. Las revueltas no son signos de espontaneísmo o, peor todavía, de inmadurez.
A finales del siglo XIX el colaborador más íntimo de Karl Marx, Friedrich Engels, sostiene que la realización de las reivindicaciones del movimiento deben pasar en adelante por la conquista del sufragio universal y, en consecuencia, por el nacimiento de una democracia parlamentaria bien asentada. Es evidente que, según esa tesis, las luchas, las protestas y las movilizaciones deben archivar todos los elementos de inmadurez con el fin de alcanzar su objetivo general, ya maduro, de superación de la sociedad capitalista en la democracia. Más aún, el mismo Engels declaró que había concluido ya el tiempo de la revuelta.
A inicios del siglo XX Lenin y los bolcheviques, en Rusia el año diecisiete, superaron la ingenua afirmación de Engels y propusieron, a través de la Revolución de Octubre, la supresión de cualquier forma de representación liberal –y por tanto burguesa–, con la finalidad explícita de conducir al proletariado a un orden nuevo. En este cuadro, la revolución es la fase madura de la lucha conjunta del movimiento obrero, que se dota de una estrategia, de un programa y de una práctica política que se orienta, en última instancia, a la abolición tanto de la propiedad privada de los medios de producción como de la explotación del hombre por el hombre. Las revueltas son calificadas, también en este caso, de mero espontaneísmo y de manifestaciones de una fase de inmadurez del movimiento obrero. El fracaso del socialismo real y la derrota del siglo XX obligan ahora a más de una reconsideración sobre el carácter lineal del crecimiento del movimiento obrero y sobre la naturaleza de las luchas, incluidas las revueltas.
Hoy, las revueltas son un estallido de energía y, al mismo tiempo, una puesta en práctica de esa energía vital. Las revueltas hablan de sí mismas en la medida en que, aquí y ahora, determinan y conjugan necesidad y deseo. Pueden ser un movimiento refundador de la política porque quieren, y contextualmente practican, una política nueva. Baste pensar en la horizontalidad de las discusiones y en las modalidades con frecuencia inéditas y participativas con las que se toman las decisiones; baste pensar en la radicalidad democrática que permea los momentos de conflicto vividos. Las revueltas expresan una potencialidad performativa.

Traducción Paco Rodríguez de Lecea 

sábado, 2 de febrero de 2013

EL AÑO 2011




EL AÑO 2011




por Dario Danti


Sueña, muchacho, sueña
cuando se alza el viento
en las vías del corazón, 
cuando un hombre vive 
por sus palabras           
o no vive ya                  

ROBERTO VECCHIONI


Voces, palabras.
Hamlicia, más que un espectáculo teatral, es un Ensayo sobre el final de una civilización. Hamlet y Alicia se encuentran y se desencuentran. Los textos de William Shakespeare y de Lewis Carroll (y no sólo de ellos) dialogan a distancia. Lo hacen en el interior de la cárcel de Volterra. Aquí, en la Casa de Reclusión, desde hace más de veinte años Armando Punzo y la Compagnia della Fortezza hacen revivir el teatro cada día.
Este año yo acudo solo.
Los actores son reclusos: representan en un lugar de encierro por excelencia. Punzo libera ese recinto de prisión: lo hace en los espacios estrechos de las celdas y en el patio alargado de la hora del paseo.
Sueño y realidad. Locura, claustrofobia, palabras. El Hamlet de Hamlicia es un personaje que baraja textos y palabras diferentes. Los personajes de Hamlicia crean situaciones en las que el espectador se queda a solas con el actor: lo escucha, le sigue en sus actitudes, se siente hipnotizado por él. Tacones altísimos, tejidos de colores chillones o recubiertos de plumas y lentejuelas, labios rojos y caras blancas, pelucas y sombreros enormes. Nadie puede permanecer al margen y Alicia observa, va de un lado a otro, llama la atención, incita a participar. Los cuerpos de los actores y el flujo de los cuerpos de los asistentes en el cuerpo de la cárcel. Y Hamlet deber ser liberado, como los propios espectadores, que son convocados directamente a participar en la escena final. «La revuelta de las palabras... todas las palabras en rebeldía... las palabras que vuelan... que pierden el sentido previsible... la revuelta de las palabras alcanza a todos... nuevas palabras nunca antes inventadas, oídas, imaginadas... todo debe tener aún una posibilidad...», recita Armando Punzo envuelto en el manto de una irreal Reina emplumada. Y los espectadores aferran letras blancas de poliestireno: las lanzan al cielo, al aire. Van y vuelven. Voltean en un rito catártico, de liberación.

Voces, palabras, revueltas.
«Los manifestantes denuncian las desigualdades territoriales y el desempleo galopante que golpea sobre todo a los jóvenes licenciados en el interior del país», ha declarado Jala Zoghlami, militante tunecino de los derechos humanos. «El cierre de todo espacio de expresión no nos deja otra vía para la contestación que la revuelta y la calle -ha denunciado el principal partido de oposición argelino, el Reagrupamiento por la cultura y la democracia (Rcd)-, y delante de una miseria creciente el Estado responde con el desprecio, la represión y la corrupción.» Una voz, que al final se ha convertido en un clamor: «¡Mubarak, vete!» «Sólo era cuestión de tiempo; sabíamos que ocurriría», comenta Tony de regreso de Tottenham. Un cartel: «Los gérmenes sirios saludan a las ratas libias» (así habían definido, respectivamente, Bashar al-Assad a los opositores y Muammar Gadafi a los rebeldes). «El pueblo quiere justicia social» también en Tel Aviv. «Este es el tiempo en que lo nuevo no llega a nacer y lo viejo no acaba de morir, es el tiempo de los monstruos, nuestra plaza es un monstruo», explica Ramón, uno de los “indignados”. Nosotros somos el 99 por ciento.

Voces, palabras, revueltas, ciudades.
Tunicia, la revolución de los jazmines. Mohamed Buazizi tiene 28 años. Huérfano de padre, ha interrumpido sus estudios porque ha de mantener a toda la familia: siete personas. Es un joven vendedor ambulante sin licencia. Si se “compra” el favor de las fuerzas del orden, se puede vivir tranquilo. Él no lo hace: no quiere rebajarse a compromisos. Es arrestado y, en la refriega, lo golpean en la cara y le escupen. Es una humillación demasiado grande. Para protestar se prende fuego delante del edificio del gobierno de Sidi Bouzid. Es la mecha de las revueltas que, en pocas semanas, se propagarán por todo el Magreb: desde diciembre de 2010 hasta el año nuevo, y durante todo ese año. La llamada primavera árabe empezó en invierno en un país no árabe. Jóvenes con una instrucción conquistada con penas y fatigas que deben afrontar porcentajes en torno al 30 por ciento de desempleo. La mitad de la población tiene una edad inferior a los 25 años; está descontenta con un presente que niega toda perspectiva de futuro, que roba el futuro. La revuelta constituye la única salida: no hay nada que perder cuando no se tiene nada. Desempleo, carestía alimentaria, corrupción y condiciones de vida deficientes. Caen los regímenes con las revueltas del pan: Zine al-Abidine Ben Alí en menos de un mes, el 14 de enero. “Pan y rosas”, se decía el siglo pasado. “Pan y jazmines”, en éste. En octubre se celebran las elecciones: más del 90% de los ciudadanos con derecho a voto esperan horas en largas colas para poder expresar su preferencia.
En Egipto, Israa Abdel Fatah tiene 28 años. Es una joven militante de los derechos civiles. Ha sido ella la autora de un llamamiento en Facebook que ha conseguido que un millón de egipcios salga a las calles para derribar a Hosni Mubarak, que desde hace treinta años dirige el país. Todo ha pasado en 26 días. Las grandes manifestaciones de la plaza Tahrir demuestran que los dictadores no son invencibles, que el cambio es posible. A finales de noviembre hay enfrentamientos y nuevas manifestaciones en la plaza Tahrir, el día de la víspera de las elecciones parlamentarias. Se repiten en diciembre. La junta militar, en el poder desde febrero, es acusada de haber aplastado a los discrepantes con puño de hierro y de haber intentado de todas las formas posibles retrasar la transición hacia la democracia. Es la “segunda revolución”.
Manifestaciones. A primeros de año también en Argelia y Bahrein tienen lugar marchas y protestas. La represión no se hace esperar. En Yemen, la dimisión del presidente Ali Abdallah Saleh llegará sólo a finales de año. Y también a finales de año, en la Siria de Bashar al-Assad 5.000 víctimas serán el resultado de la violencia del régimen contra el descontento que se extiende ya por todo el país.
En Libia la guerra dura seis meses. Seis meses y siete días, para ser precisos. El 17 de febrero, una semana después de la caída de Mubarak, los opositores organizan en varias ciudades una jornada de la rabia. El dictador Muammar Gadafi, en el poder desde hace más de cuarenta años, responde con la fuerza del ejército. El gobierno tiene Trípoli bajo control, pero en el este del país la revuelta se impone: Bengasi se convierte en la capital de los insurrectos. Nace el Consejo nacional de transición. Los rebeldes avanzan luego a lo largo del golfo de Sirte y nuevas ciudades pasan a ser el teatro de la lucha: Zawiya, Misurata, Zintan. En marzo se produce la contraofensiva, con el avance de las milicias del régimen. Una resolución de la ONU, con el objetivo declarado de proteger a la población civil, autoriza el uso de la fuerza y se crea una coalición internacional dirigida por Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. El papel militar y la contribución económica de Occidente serán decisivos para la victoria de los opositores. La carretera costera de Sirte, las ciudades de Brega y Misurata son ahora los nuevos focos del conflicto. Al paso de las semanas la actividad bélica pierde intensidad. “Crímenes contra la humanidad”: el 27 de junio el Tribunal penal internacional dicta una orden de detención contra Gadafi. El 21 de agosto los rebeldes entran en Trípoli bajo la cobertura aérea de la OTAN: una multitud festiva invade la plaza Verde. Dos meses después, en Sirte, Gadafi es capturado y muerto.
En el diario «il manifesto» el historiador Gian Paolo Calchi Novati se refiere al siglo breve de Hobsbawm y traza las coordenadas de un siglo largo: desde el Congreso panafricano organizado en Londres por Sylvester Williams en 1900, hasta las revueltas de 2011. Fue precisamente en aquel congreso cuando William E. Burghardt Du Bois, uno de los padres del panafricanismo, profetizó que el siglo XX se caracterizaría por la “línea del color”. Black, negro. Ese color, precisa Calchi Novati, era en último análisis «una metáfora para identificar a los hombres y las mujeres inferiorizados, periferizados y oprimidos por los imperios coloniales, por el mercado y por la ideología dominante.» El siglo XX estuvo caracterizado por la emancipación más que por la independencia o la consecución de la soberanía por parte de los pueblos “de color”, que dieron carta de nacimiento, hacia la mitad del siglo, al Tercer mundo. «El siglo largo -continúa Calchi Novati--fue testigo de muchas esperanzas, muchas victorias y muchas derrotas. A la luz de la historia, las responsabilidades por la involución que lo ha clausurado se reparten, con muchas alternativas y vaivenes, entre la codicia de los grupos dirigentes que prometieron la descolonización, la dificultad de las distintas capas sociales de los países afroasiáticos para definir sus respectivos derechos, y la desproporción entre los poderes de las fuerzas que detentan los capitales, la tecnología y la disponibilidad de mano de obra a escala mundial.» En Libia, ¿qué liberación era posible bajo las bombas de la OTAN? Para Calchi Novati concluyó en realidad el siglo XX largo, pero con una conclusión amarga: siglo breve y siglo largo tienden a coincidir. Y lo hacen en un mundo unidimensional: como después del hundimiento de los regímenes del Este, así ahora en el Norte de África se impone definitivamente la globalización del nuevo orden mundial. ¿Y en Túnez, en Egipto? Calchi Novati parece prestar más atención a lo ocurrido en Libia que a las revueltas de los demás países: las “primaveras árabes”, según esta tesis, resultan netamente infravaloradas.

Voces, palabras, revueltas, ciudades, plazas.
La plaza Tahrir, en El Cairo, ha sido el epicentro de la revuelta egipcia. La Puerta del Sol en Madrid, la plaça de Catalunya en Barcelona y otras decenas de plazas encarnan, desde mediados de mayo hasta el otoño, la rebelión de los “indignados”. Es el contagio de las revueltas norafricanas, aunque no haya un dictador al que derribar. Con la ocupación de la plaza se crea un espacio común, una esfera pública, una nueva agorá. Con tiendas de campaña. Y luego, la utilización de internet, de los blogs, de las redes sociales como Facebook y Twitter. Es la verdadera fuerza de un movimiento que toma cuerpo y se expande sin fuerzas políticas, sin sindicatos y sin líderes. Ciberdemocracia y/es democracia. «¡Democracia real ya!» significa participar y decidir en primera persona, sin mediaciones, más allá de los instrumentos clásicos de la representación delegada. Contra la corrupción de la política y de los partidos: «No nos representan.» Contra una política carente de soberanía: en la práctica son organismos extraestatales como el Fondo monetario internacional y la Banca central europea los que dictan la línea política (errónea). Y sin trabajo, sin pensión, sin futuro… Por tanto: «Nosotros no estamos contra el sistema, es el sistema el que está contra nosotros.»
Y el sistema está también contra los ingleses. La Gran Bretaña ha cambiado de cara en veinte años: la clase obrera ha desaparecido prácticamente de las grandes ciudades, y en las áreas desertadas por las fábricas se han creado grandes centros comerciales. El deterioro de la enseñanza es una constante, la precarización del trabajo una regla. En el período 1984-1997 el empleo de los jóvenes entre los 16 y los 24 años disminuyó en un 40 por ciento; el porcentaje ha crecido aún más en los últimos años. La distancia entre las clases acomodadas y las que lo son menos experimenta un aumento sensible, asociada a un consumismo desenfrenado. Las periferias se han convertido en guetos: las bandas de barrio son al parecer la única “institución” que funciona, aunque no se cumpla de modo automático el paso del gang a grupo criminal. Si estás dentro peleas, te enfrentas. Más datos: son 120 los chicos entre los 13 y los 24 años víctimas de muerte violenta en Inglaterra en 2009-2010; 16.604 losteenagers internados en el hospital por agresiones (de ellos, 1.907 heridos a cuchilladas). Hablar de futuro no es posible. No hay nada que perder, como en la banlieue parisina (corría el año 2005). La revuelta llega en los primeros quince días de agosto: el consumismo al revés, mediante el saqueo sistemático. La primera víctima es Mark Duggan, 29 años, muerto en el curso de una operación policial (le seguirán otros cuatro). Se desata la violencia: de Londres a Salford, de Birmingham a Manchester, de Leicester a Wolverhampton. El primer ministro David Cameron define la violencia como «criminalidad pura y simple». Resultado: 2.800 arrestos, 900 encausados.
Y la represión golpea también al movimiento estadounidense Occupy Wall Street, nacido a partir de un llamamiento público de la revista canadiense Adbusters. «¡A los bancos los han salvado, a nosotros nos han vendido!»: un concepto sencillo que se difunde capilarmente. La calle más importante de los Estados Unidos es aquella donde tiene su sede la Bolsa de Nueva York. Unas pocas manzanas hacia el norte hay una plaza: Zucotti Park, reestructurada después del 11 de septiembre de 2001 por la empresa Brookfield Properties, que le dio el nombre de su presidente. Vuelve a llamarse Liberty Plaza desde el nacimiento de Occupy Wall Street. Precisamente en el lugar donde tiene su sede el centro de los negocios surge otra plaza: una polis en miniatura. Hay una cocina, un comedor legal, servicios higiénicos, un centro médico, una biblioteca hecha con libros regalados e incluso un mercado (llamado centro confort). Luego está la zona de la asamblea general, que dispone de un micrófono humano. A través del micrófono humano circulan los anuncios, las ideas, las propuestas: las personas repiten, frase tras frase, concepto tras concepto, lo que el orador de turno está diciendo a los que se han reunido alrededor; de este modo se habla con una sola voz. No se trata sólo de escuchar lo que el otro está diciendo; es necesaria una capacidad de concentración real porque hay que repetir las palabras una tras otra. Vuelven las palabras: la posibilidad de las palabras, la revuelta de las palabras en todo el mundo.

Judith Revel y Toni Negri, en el sitio de uninomade, han tratado de encontrar un hilo rojo común a todas estas revueltas: sería «el rechazo a pagar las consecuencias de la crisis (nada sería más erróneo que considerar la crisis como una catástrofe ocurrida en el interior de un sistema económico sano; nada más terrible que la añoranza de la economía capitalista antes de la crisis); es decir, de la gigantesca transferencia de riqueza que se está produciendo en beneficio de los poderosos, organizados en formas políticas democráticas o dictatoriales, conservadoras o reformistas.» Es la crisis del neoliberalismo y la reacción a esa crisis económica global: obviamente varía la composición social de los protagonistas de las revueltas, pero el derecho al futuro les afecta a todos del mismo modo. Lo mismo vale también para los estudiantes de Chile, en lucha contra el sistema clasista de la enseñanza y de la sociedad heredado del régimen de Pinochet, y para los manifestantes israelíes que ocuparon la calle contra la carestía y los costos elevados de la vivienda.
La palabra crisis es misteriosa en cierto modo. Rebobinemos la cinta por un momento. En 2001 Enron, una de las mayores multinacionales estadounidenses que operan en el sector de la energía, quiebra de forma repentina. Un rayo en el cielo sereno: la empresa, de hecho, había experimentado en los últimos años un crecimiento extraordinario, decuplicando su valor y ascendiendo al séptimo lugar en la clasificación de las multinacionales más importantes de EEUU. Sin embargo, en un lapso brevísimo de tiempo las acciones de Enron, consideradas solidísimas, pierden su valor y pasan de una cotización de 86 dólares a 26 centavos, volatilizando de ese modo alrededor de 60.000 millones de dólares en un período de tres meses. ¿Una señal premonitoria? El 15 de septiembre de 2008 se produce la quiebra del banco neoyorquino Lehman Brothers, pero hemos de remontarnos al verano del año anterior para encontrar el origen de la crisis del crédito que desembocará, más tarde, en la nacionalización de los bancos británicos Lloyds y Royal Bank of Scotland.
Acciones, títulos, créditos, fondos (de pensiones privadas y de inversión pública), productos derivados, obligaciones… Es la financiarización de la economía: en torno al año 1980 los activos financieros equivalían de forma aproximada al producto interior bruto (PIB) del mundo; en 2010, en el nivel mundial, si el PIB equivale a 74 billones de dólares más o menos, el mercado de obligaciones vale 95 billones, las bolsas 50 billones, y los títulos derivados otros 446. El monto de toda esa riqueza es ocho veces superior a la economía real (industria, agricultura y servicios). En ésta el dinero real produce mercancías que producen más dinero. En la economía financiera el dinero produce un dinero (virtual) que produce más dinero virtual. ¿Y quién sale ganando con ese mecanismo? Un dato entre muchos: las primeras diez sociedades por su capitalización en bolsa, el 0,12% de las 7.800 sociedades registradas, detentan el 41% del valor total, el 47% de los beneficios y el 55% de las plusvalías registradas. Un puñado de operadores financieros está en condiciones de controlar el 65% de los flujos financieros globales.
Un bit de la memoria de un ordenador tiene más valor que una moneda de oro. Precisamente con el final de la convertibilidad del dólar en oro se consolida, a finales de los años setenta, la política del dinero fácil con la transición desde un mundo hostil al endeudamiento hacia un modelo distinto, el actual, repleto de deudas y perennemente al borde del colapso.
De 1990 a 2007 -diecisiete largos años--, el crecimiento económico global, con la única excepción de Japón, ha sido encabezado por los Estados Unidos con dos características principales: neoliberalismo y liberalización total de los mercados financieros. Desde 2007 nos encontramos sustancialmente en recesión. Algunos economistas hablan incluso de “segunda Gran Contracción” después de la crisis del 29 (y no de una simple recesión). Una fase de tiempos largos: de 2007 a 2014, según las previsiones.
La crisis de los Estados tiene su origen en un exceso de deuda privada, no de deuda pública. Esta última ha crecido, sí, pero debido a la toma de las medidas necesarias para impedir la quiebra de sectores privados. Un endeudamiento privado debido a la sobreproducción, pero también un endeudamiento privado de las familias causado por los bajos salarios. Los déficit en el balance financiero de un país se cubren vendiendo títulos, o lo que es lo mismo, pidiendo en préstamo dinero a cambio del cual se ofrece un interés: eso es la deuda pública. Para que el procedimiendo sea sostenible, la diferencia entre la tasa de interés de la deuda y la tasa de crecimiento del PIB debe mantenerse bajo control. Pero no ha ocurrido así.
En 2011 el centro de la crisis se sitúa en el Viejo Continente. La Europa monetaria del tratado de Maastricht (7 de febrero de 1992), en todos estos años no ha encontrado una fuente alternativa de demanda (las exportaciones hacia EEUU y Asia sólo han funcionado para Alemania y pocos países más); además, las inversiones han crecido poco y han buscado sobre todo rendimientos financieros elevados, mientras que el consumo se ha estancado por los bajos salarios y la desigualdad cada vez mayor, y el gasto público se ha visto bloqueado por los compromisos del Pacto de Estabilidad.
En la eurozona se da una situación paradójica, debido a que los Estados particulares han sido sometidos a una especie de doble presión: disminución forzosa de la deuda y, ligada a ella, especulación en bolsa sobre esa misma deuda (con la consiguiente prima de riesgo). La espiral especulativa permite que algunas grandes sociedades financieras empiecen a vender los títulos de deuda pública de Estados a los que se considera en riesgo de insolvencia; eso lleva a la depreciación del valor de los títulos y al consiguiente aumento de las tasas de interés. El spread -es decir, la diferencia en relación con los títulos considerados seguros (en Europa, los alemanes)--se dispara. Y Grecia, España, Portugal, Irlanda e Italia se convierten en los bolos tambaleantes de una partida global de bowling. Se precisa liquidez monetaria. Y así se suceden los planes de salvamento: para los Estados, pero sobre todo para el mundo bancario y financiero.
La situación es aún más paradójica porque Europa sigue siendo el mayor socio comercial de Estados Unidos y China, y China (entiéndase: sus empresas y sus bancos) es el mayor poseedor extranjero de deuda pública estadounidense. Lo mismo ocurre con Alemania en relación a Grecia, o con Francia respecto de Italia. O de los países fuertes hacia España e Irlanda. Y en este cuadro de interdependencias globales emerge un Viejo Continente que se mueve a velocidades distintas. Mientras la “periferia” de Europa (el Sur, el Este, Italia e Irlanda) se asfixia entre la desertificación de su tejido económico y la prima de riesgo financiera, el corazón, el “centro” -la Europa carolingia (Alemania, Francia y el Norte)-- puede entrar en breve en un largo período de estancamiento. Una situación que fácilmente podría resultar implosiva para el euro y para la propia unidad europea.

Grecia ha estado al borde de la bancarrota. Las intervenciones financieras puestas en práctica por la troika -la Unión europea, el Banco central europeo y el Fondo monetario internacional--han provocado sangre y lágrimas en aquel país: baste pensar en la medida del despido de 30.000 funcionarios públicos. Durante meses y meses se han sucedido huelgas, manifestaciones y concentraciones en las plazas. Bastó que en noviembre el primer ministro Giorgos Papandreu anunciara un referéndum popular sobre las medidas impuestas por la troika, para recibir la amenaza de la retirada del plan de salvamento. Resultado: dimisiones y gobierno de unidad nacional bajo la dirección de Lucas Papademos, ex vicepresidente del Banco central europeo.
Es muy probable que los referéndum sean puntos de inflexión que señalen cambios de etapa histórica (para lo bueno y para lo malo).
Como ha escrito el sociólogo Ilvo Diamanti en «Repubblica», los referéndum siempre han marcado cambios históricos en la Italia republicana. «Desde 1946, fecha en la que precisamente nace la República. Luego, en 1974, el referéndum sobre el divorcio: el sesenta y ocho proyectado al plano de las costumbres, el giro laico y antiautoritario de la sociedad italiana. En 1991, hace justamente veinte años, el referéndum sobre la preferencia única para el Parlamento. Es el muro de Berlín que se derrumba sobre nosotros; anuncia el final de la Primera República y la puesta en marcha de la Segunda. En 1995, el referéndum contra la concentración de canales de televisión. Es decir, contra la posición dominante de Berlusconi. Fracasa. Y dificulta, después, cualquier acción contra el conflicto de intereses. Desde entonces, todos los referéndum revocadores fracasan. En particular el de abril de 1999, que pretendía la abolición de la cuota proporcional en la ley electoral. No alcanzó el quorum por un escuálido puñado de votantes. Marcó el final del referéndum como método de reforma y de cambio institucional protagonizado por la sociedad civil.» Referéndum y participación. En 2011, inversión de tendencia: contra las nucleares, por el agua pública como bien común y a favor de la abolición del impedimento legal para procesar al presidente del Consejo, acuden a las urnas más de 27 millones de mujeres y hombres; se sobrepasa el quorum exigido con una avalancha de Síes.
Ese referéndum se sitúa en el contexto de un nuevo clima: toda una serie de sucesos y acontecimientos demuestran que el viento, en Italia, está cambiando de verdad. Las manifestaciones de mujeres si ahora no, cuándo el 12 de febrero, los estudiantes, la huelga general de la Cgil el 6 de mayo, las elecciones administrativas de la primavera que ven la afirmación abrumadora de los candidatos de izquierda: deshielo y desencanto.

Ese verano estalla, también en Italia, la crisis económica. Desde el miércoles 16 de noviembre Mario Monti, ex comisario europeo para la Competencia, es el nuevo presidente del Consejo de ministros después de la dimisión de Berlusconi.

Garden of Error and Decady es una obra de arte de Michael Bielicky y Kamila B. Richter. Se trata de una instalación multimedia que reproduce un videojuego, o mejor dicho un data-driven narrative game… y el espectador interactúa directamente por medio de una palanca de mando, unjoystick. Parece una fantasía, pero las imágenes del paisaje digital en continuo movimiento -proyectadas a todo lo largo y ancho de una pared--son símbolos de una multiplicidad de sucesos tales como catástrofes naturales, atentados terroristas, desastres ecológicos, guerras, crisis financieras, accidentes aéreos, daños para la salud, desórdenes sociales, pobreza y hambre. Es una película interactiva generada en tiempo real porque datos de la Bolsa y de Twitter se insertan de forma instantánea en la obra modificando los acontecimientos e interviniendo en las imágenes con pictogramas correspondientes a los distintos sucesos negativos. Con la palanca de mando el espectador puede golpear los símbolos como en un videojuego: se puede participar, es posible eliminar determinados elementos. En realidad es una mera ilusión pensar en poder influir en el curso de los acontecimientos: el efecto del disparo está determinado por la marcha de los mercados financieros. Si los índices bursátiles suben, el disparo del espectador eliminará la noticia negativa; al contrario, si los índices descienden, el golpe provocará la proliferación del suceso negativo. Impotencia: los hechos supraordenados han alcanzado ya un nivel tal que se han hecho incomprensibles o inmodificables. Y sin embargo determinan realmente la vida de todos, todos los días.
Es necesario estar siempre atentos a los referéndum virtuales.


Traducción Paco Rodríguez de Lecea