domingo, 27 de enero de 2013

Hundimientos y promesas (2)


Hablando más en general, ¿qué relación tiene la izquierda con el movimiento de los movimientos? ¿Busca un interlocutor, una relación, o bien se confronta con él sin interrogarse siquiera sobre los contenidos y las instancias que hay puestos sobre la mesa?


A caballo entre finales del siglo XX y principios del XXI, en Europa se van configurando dos izquierdas: una moderada, reformista y compatibilista, que forma parte del gobierno en muchos lugares y se mantiene apartada del movimiento; la otra, radical y anticapitalista, reducida casi en todos los países a la oposición, que sí se relaciona de diferentes formas con el movimiento.
En este punto sitúo la primera gran ocasión perdida que se ha presentado a toda la izquierda europea para emerger de la derrota histórica del siglo XX.
A pesar de obviar el análisis sobre el fracaso del movimiento obrero y de la izquierda en el siglo anterior, y de unos planteamientos culturales situados en unas coordenadas muy lejanas a aquella derrota, este movimiento –tanto por su dimensión mundial como por los temas que plantea y la organización innovadora que practica– tiene una vocación potencialmente anticapitalista y de transformación de la sociedad. Es un movimiento nuevo que no renuncia al cambio del orden actual de las cosas; es decir, comparte la misma inspiración que había caracterizado al nacimiento del movimiento obrero moderno en el siglo XIX. Pero vive esa inspiración de forma distinta, a partir de los efectos de la globalización capitalista sobre la vida de las personas y de las poblaciones del mundo, y no de la identificación de la causa primera de la explotación y la alienación. Precisamente esta última motivación había sido abandonada en los años noventa por el sector mayoritario de la izquierda, que por el contrario fundamentó sus propias opciones de gobernar en la modernización que aportaba el fenómeno de la globalización.

Se perdió la ocasión porque la izquierda moderada estaba centrada entonces en la tesis de la gobernabilidad, y eso la hizo desconfiada, preocupada y, en última instancia, contraria a aquel movimiento. Con la gobernabilidad, la izquierda moderada teorizó acríticamente la gran oportunidad que suponía para ella la globalización capitalista tal como se estaba desplegando en el mundo. Y erró en el fondo del análisis, al contrario que el movimiento de los movimientos, que sí captó su sentido último. Aparecieron de esa forma dos posiciones –la del movimiento y la de la izquierda moderada–, incompatibles entre sí.

Pero en último término, también la izquierda radical perdió la ocasión...


... y entonces, la izquierda radical –la que tú has definido muchas veces en relación con el anhelo de la alternativa de sociedad–, ¿cómo se sitúa en este contexto? ¿Qué relación establece con el movimiento de los movimientos?


Antes que nada, hemos de reconocer que la izquierda radical no posee la masa crítica suficiente para asumir la suplencia de la izquierda moderada y mayoritaria en Europa, después del desmoronamiento de ésta. Pero es más, tampoco posee la fuerza necesaria para extraer réditos de su estrecha relación con los movimientos. Hablo principalmente por la experiencia que he vivido con Rifondazione comunista, partido político –lo subrayo– incluido en el movimiento de Génova y único partido europeo aceptado como firmante de la Carta de principios del Fórum social mundial de Porto Alegre 2001.

Cuando el movimiento estaba en ascenso –desde su estadio formativo hacia una madurez posible–, también nosotros perdimos la ocasión. Rifondazione perdió la ocasión. Allí se enredaron la inocencia del movimiento y la radicalidad de su práctica social, cuando su futuro estaba todavía enteramente por escribir; y justamente en ese momento nosotros habríamos debido desplegar toda nuestra iniciativa e ir mucho más allá de la simple adhesión.

En el trienio comprendido entre 2001, con Génova, y 2003, con las grandes manifestaciones contra la segunda guerra del Golfo, el movimiento de los movimientos tenía todavía una dimensión mundial, disponía de una fuerza propulsiva que es posible rastrear en las trayectorias colectivas e individuales de una generación política, y en su seno maduraba una cultura crítica que planteaba con determinación el horizonte de otro mundo posible. A pesar, en la parte negativa, de la enorme dificultad derivada del extrañamiento / aversión mostrado por la izquierda mayoritaria, y a pesar también, en lo positivo, de los avances realizados por una parte de la izquierda alternativa italiana –ruptura con el estalinismo, no violencia, participación en los movimientos sin pretender adjudicarse roles vanguardistas de heterodirección–, a Rifondazione le faltó valor para comprometerse a fondo en el intento de renacimiento de una izquierda nueva capaz de romper con el pasado para dar vida a una salida de izquierdas de la crisis del movimiento obrero del siglo XX.
De haberse autodisuelto, Rifondazione tal vez habría podido impulsar, en el seno de un cuerpo político que había rechazado poner punto final a la historia del movimiento obrero, un giro innovador que de verdad habría significado la conclusión de una época. Era posible salir por la izquierda de la crisis del movimiento obrero con una operación simétrica y opuesta a la de la Bolognina [el anuncio en Bolonia por Achille Occhetto, en noviembre de 1989, de la svolta que concluiría en la disolución del Pci y el nacimiento del Partido democrático de izquierda - PRL]: llevar a cabo una renovación radical de la forma-partido –que todavía se llamaba “comunista”–, refundando una nueva izquierda a través de la relación predominante con el movimiento de los movimientos. Faltó la conexión sentimental: en este caso específico entre un partido, Rifondazione, y las multitudes del movimiento.

Igual que en Inglaterra, a finales del siglo XIX, el laborismo político nació de la historia de las Trade Unions, o dicho de otro modo de la historia del sindicato, del laborismo social, así también del movimiento de los movimientos habrían podido nacer nuevas organizaciones políticas (sin que ello significara una alienación total del movimiento en esa perspectiva). Nosotros tendríamos que haber hecho nuestra parte: es decir, disolver Rifondazione y ponerla en relación y a disposición de aquellos sectores del movimiento interesados en el tema de la subjetividad político-partidaria.

Quiero señalar, sin embargo, que este tema no fue en aquel momento planteado en el orden del día por nadie; lo que en cualquier caso no quiere decir que no fuera una necesidad. Una necesidad para el futuro.


También están cargadas de futuro, incluso hoy, las palabras de Tom Benetollo, presidente histórico del Arci [Associazione Ricreativa e Culturale Italiana]: «En esta noche oscura algunos de nosotros, en su pequeñez, son como aquellos “lampadieri” que avanzaban con un farol colgado de un palo que llevaban apoyado en el hombro e inclinado hacia atrás. De este modo el “lampadiere” veía poco delante de él, pero posibilitaba a los viajeros viajar más seguros. Algunos hacen una cosa parecida. No por heroísmo o narcisismo, sino para sentirse del lado bueno de la vida. Por lo que uno mismo es. Creedlo.» ¿Podemos resumir en esta frase la vocación y la misión de aquel movimiento?


 Las palabras de Tom tienen un eco antiguo. Dante escribió en el Purgatorio: «Facesti come quei che va di notte, / che porta il lume dietro e sé non giova, / ma dopo sé fa le persone dotte.» [En traducción de Ángel Crespo: «Fuiste como el que va en la noche oscura, / que no goza la luz que tras sí lleva / y luces al que va detrás procura.» Son palabras que Dante pone en boca del poeta Estacio, que las dirige a Virgilio - PRL]

Pienso, sin embargo, que esa espléndida frase de Tom revela un límite del movimiento. La generosidad de la que él habla es cultura del movimiento. La imagen crucial es la del “lampadiere”, que cumple una función precisa por el modo de sostener la luz de tal modo que beneficia al que camina detrás: la lleva privilegiando el camino seguro de los viajeros en lugar de iluminar el camino que se extiende delante de él. A continuación, Tom señala que esa disposición debería ser el modelo de comportamiento de los protagonistas del movimiento. Finalmente, quienes aceptan cumplir esa función, escribe, no lo hacen por gratificación personal ni por una actitud particularmente heroica, sino para sentirse “del lado bueno de la vida”.

Sin la menor duda es necesario salvaguardar la “vida buena”, incluso como lección para el futuro, pero al mismo tiempo debemos reflexionar sobre la metáfora del “lampadiere”. Precisamente en el modo de actuar de esta figura señalaría yo el límite del movimiento. La cuestión de fondo es la siguiente: ¿dónde situamos el punto de luz durante el caminar revolucionario? Aunque cuidemos de la seguridad del caminante, tembién tenemos que estar en condiciones de iluminar el trayecto. De no hacerlo así, ese trayecto acaba por agotarse: en cierto punto ya no sabes adónde ir porque has privilegiado la seguridad de los que están a tu espalda. La luz es tan tenue... Has elegido la vida buena pero corres el peligro de no acertar con el buen camino.

Así pues, Tom nos habla de una manera extraordinaria de la ética de la vida, pero no de la política. Sus protagonistas son muy buenos desde un punto de vista ético, pero no son políticamente previsores porque no disponen de la luz que señala el camino a seguir. Ese posicionamiento estratégicamente generoso y altruista de la iluminación, en cierto sentido habría impedido al movimiento generar un cambio duradero: una transformación.

Aparte metáforas y más allá de la reflexión sobre los símbolos, todo esto puede quizá resumirse en una frase: el movimiento de los movimientos ha sido premonitorio y ha ejercido una crítica eficaz de las grandes injusticias llevadas a cabo por la globalización neoliberal, pero no ha conseguido poner en pie una real y auténtica alternativa de sociedad.

Por tanto, hemos de hablar de otra ocasión perdida. Y por paradójico que resulte, de una ocasión perdida en primer lugar precisamente por el movimiento mundial que supo casi en solitario ver críticamente el carácter opresivo y alienante de la globalización capitalista, contra la que empezó a poner en práctica formas inèditas de oposición y de lucha.

Traducción Paco Rodríguez de Lecea

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