Hablando más en general,
¿qué relación tiene la izquierda con el movimiento de los movimientos? ¿Busca
un interlocutor, una relación, o bien se confronta con él sin interrogarse
siquiera sobre los contenidos y las instancias que hay puestos sobre la mesa?
A caballo entre finales del siglo XX y
principios del XXI, en Europa se van configurando dos izquierdas: una moderada,
reformista y compatibilista, que forma parte del gobierno en muchos lugares y
se mantiene apartada del movimiento; la otra, radical y anticapitalista,
reducida casi en todos los países a la oposición, que sí se relaciona de
diferentes formas con el movimiento.
En este punto sitúo la primera gran
ocasión perdida que se ha presentado a toda la izquierda europea para emerger
de la derrota histórica del siglo XX.
A pesar de obviar el análisis sobre el
fracaso del movimiento obrero y de la izquierda en el siglo anterior, y de unos
planteamientos culturales situados en unas coordenadas muy lejanas a aquella
derrota, este movimiento –tanto por su dimensión mundial como por los temas que
plantea y la organización innovadora que practica– tiene una vocación
potencialmente anticapitalista y de transformación de la sociedad. Es un
movimiento nuevo que no renuncia al cambio del orden actual de las cosas; es
decir, comparte la misma inspiración que había caracterizado al nacimiento del
movimiento obrero moderno en el siglo XIX. Pero vive esa inspiración de forma
distinta, a partir de los efectos de la globalización capitalista sobre la vida
de las personas y de las poblaciones del mundo, y no de la identificación de la
causa primera de la explotación y la alienación. Precisamente esta última
motivación había sido abandonada en los años noventa por el sector mayoritario de
la izquierda, que por el contrario fundamentó sus propias opciones de gobernar
en la modernización que aportaba el fenómeno de la globalización.
Se perdió la
ocasión porque la izquierda moderada estaba centrada entonces en la tesis de la gobernabilidad, y eso la hizo desconfiada,
preocupada y, en última instancia, contraria a aquel movimiento. Con la
gobernabilidad, la izquierda moderada teorizó acríticamente la gran oportunidad
que suponía para ella la globalización capitalista tal como se estaba desplegando
en el mundo. Y erró en el fondo del análisis, al contrario que el movimiento de
los movimientos, que sí captó su sentido último. Aparecieron de esa forma dos
posiciones –la del movimiento y la de la izquierda moderada–, incompatibles
entre sí.
Pero en último
término, también la izquierda radical perdió la ocasión...
... y
entonces, la izquierda radical –la que tú has definido muchas veces en relación
con el anhelo de la alternativa de sociedad–, ¿cómo se sitúa en este contexto? ¿Qué
relación establece con el movimiento de los movimientos?
Antes que nada, hemos de reconocer que
la izquierda radical no posee la masa crítica suficiente para asumir la
suplencia de la izquierda moderada y mayoritaria en Europa, después del
desmoronamiento de ésta. Pero es más, tampoco posee la fuerza necesaria para
extraer réditos de su estrecha relación con los movimientos. Hablo
principalmente por la experiencia que he vivido con Rifondazione comunista,
partido político –lo subrayo– incluido en el movimiento de Génova y único
partido europeo aceptado como firmante de la Carta de principios del Fórum social mundial de
Porto Alegre 2001.
Cuando el
movimiento estaba en ascenso –desde su estadio formativo hacia una madurez
posible–, también nosotros perdimos la ocasión. Rifondazione perdió la ocasión.
Allí se enredaron la inocencia del movimiento y la radicalidad de su práctica
social, cuando su futuro estaba todavía enteramente por escribir; y justamente
en ese momento nosotros habríamos debido desplegar toda nuestra iniciativa e ir
mucho más allá de la simple adhesión.
En el trienio
comprendido entre 2001, con Génova, y 2003, con las grandes manifestaciones
contra la segunda guerra del Golfo, el movimiento de los movimientos tenía
todavía una dimensión mundial, disponía de una fuerza propulsiva que es posible
rastrear en las trayectorias colectivas e individuales de una generación
política, y en su seno maduraba una cultura crítica que planteaba con
determinación el horizonte de otro
mundo posible. A pesar, en la
parte negativa, de la enorme dificultad derivada del extrañamiento / aversión
mostrado por la izquierda mayoritaria, y a pesar también, en lo positivo, de
los avances realizados por una parte de la izquierda alternativa italiana
–ruptura con el estalinismo, no violencia, participación en los movimientos sin
pretender adjudicarse roles vanguardistas de heterodirección–, a Rifondazione
le faltó valor para comprometerse a fondo en el intento de renacimiento de una
izquierda nueva capaz de romper con el pasado para dar vida a una salida de izquierdas de la crisis del movimiento obrero
del siglo XX.
De haberse autodisuelto, Rifondazione
tal vez habría podido impulsar, en el seno de un cuerpo político que había
rechazado poner punto final a la historia del movimiento obrero, un giro
innovador que de verdad habría significado la conclusión de una época. Era
posible salir por la izquierda de la crisis del movimiento obrero con una
operación simétrica y opuesta a la de la Bolognina [el anuncio en Bolonia por Achille
Occhetto, en noviembre de 1989, de la svolta que
concluiría en la disolución del Pci y el nacimiento del Partido democrático de
izquierda - PRL]: llevar a cabo una renovación radical de la forma-partido
–que todavía se llamaba “comunista”–, refundando una nueva izquierda a través
de la relación predominante con el movimiento de los movimientos. Faltó la conexión sentimental: en este caso específico entre un
partido, Rifondazione, y las multitudes del movimiento.
Igual que en Inglaterra, a finales del
siglo XIX, el laborismo político nació de la historia de las Trade Unions, o
dicho de otro modo de la historia del sindicato, del laborismo social, así
también del movimiento de los movimientos habrían podido nacer nuevas
organizaciones políticas (sin que ello significara una alienación total del
movimiento en esa perspectiva). Nosotros tendríamos que haber hecho nuestra
parte: es decir, disolver Rifondazione y ponerla en relación y a disposición de
aquellos sectores del movimiento interesados en el tema de la subjetividad
político-partidaria.
Quiero
señalar, sin embargo, que este tema no fue en aquel momento planteado en el
orden del día por nadie; lo que en cualquier caso no quiere decir que no fuera
una necesidad. Una necesidad para el futuro.
También
están cargadas de futuro, incluso hoy, las palabras de Tom Benetollo,
presidente histórico del Arci [Associazione Ricreativa e Culturale Italiana]: «En esta noche
oscura algunos de nosotros, en su pequeñez, son como aquellos “lampadieri” que
avanzaban con un farol colgado de un palo que llevaban apoyado en el hombro e
inclinado hacia atrás. De este modo el “lampadiere” veía poco delante de él,
pero posibilitaba a los viajeros viajar más seguros. Algunos hacen una cosa
parecida. No por heroísmo o narcisismo, sino para sentirse del lado bueno de la
vida. Por lo que uno mismo es. Creedlo.» ¿Podemos resumir en esta frase la
vocación y la misión de aquel movimiento?
Las palabras de Tom tienen un eco antiguo. Dante escribió en el Purgatorio: «Facesti come quei che va di
notte, / che porta il lume dietro e sé non giova, / ma dopo sé fa le persone
dotte.» [En traducción de Ángel Crespo: «Fuiste como el que va en la noche
oscura, / que no goza la luz que tras sí lleva / y luces al que va detrás
procura.» Son palabras que Dante pone en boca del poeta Estacio, que las dirige
a Virgilio - PRL]
Pienso, sin
embargo, que esa espléndida frase de Tom revela un límite del movimiento. La
generosidad de la que él habla es cultura del movimiento. La imagen crucial es
la del “lampadiere”, que cumple una función precisa por el modo de sostener la
luz de tal modo que beneficia al que camina detrás: la lleva privilegiando el
camino seguro de los viajeros en lugar de iluminar el camino que se extiende
delante de él. A continuación, Tom señala que esa disposición debería ser el
modelo de comportamiento de los protagonistas del movimiento. Finalmente,
quienes aceptan cumplir esa función, escribe, no lo hacen por gratificación
personal ni por una actitud particularmente heroica, sino para sentirse “del
lado bueno de la vida”.
Sin la menor
duda es necesario salvaguardar la “vida buena”, incluso como lección para el
futuro, pero al mismo tiempo debemos reflexionar sobre la metáfora del
“lampadiere”. Precisamente en el modo de actuar de esta figura señalaría yo el
límite del movimiento. La cuestión de fondo es la siguiente: ¿dónde situamos el
punto de luz durante el caminar revolucionario? Aunque cuidemos de la seguridad
del caminante, tembién tenemos que estar en condiciones de iluminar el
trayecto. De no hacerlo así, ese trayecto acaba por agotarse: en cierto punto
ya no sabes adónde ir porque has privilegiado la seguridad de los que están a
tu espalda. La luz es tan tenue... Has elegido la vida buena pero corres el
peligro de no acertar con el buen camino.
Así pues, Tom
nos habla de una manera extraordinaria de la ética de la vida, pero no de la
política. Sus protagonistas son muy buenos desde un punto de vista ético, pero
no son políticamente previsores porque no disponen de la luz que señala el
camino a seguir. Ese posicionamiento estratégicamente generoso y altruista de
la iluminación, en cierto sentido habría impedido al movimiento generar un
cambio duradero: una transformación.
Aparte
metáforas y más allá de la reflexión sobre los símbolos, todo esto puede quizá
resumirse en una frase: el movimiento de los movimientos ha sido premonitorio y
ha ejercido una crítica eficaz de las grandes injusticias llevadas a cabo por
la globalización neoliberal, pero no ha conseguido poner en pie una real y
auténtica alternativa de
sociedad.
Por tanto,
hemos de hablar de otra ocasión perdida. Y por paradójico que resulte, de una
ocasión perdida en primer lugar precisamente por el movimiento mundial que supo
casi en solitario ver críticamente el carácter opresivo y alienante de la
globalización capitalista, contra la que empezó a poner en práctica formas
inèditas de oposición y de lucha.
Traducción Paco Rodríguez de Lecea.