LAS OCASIONES PERDIDAS (Fausto Bertinotti)
Es un libro de Fausto Bertinotti y Dario Danti. Traducido por Francisco Rodríguez de Lecea y José Luis López Bulla. Procuraremos que cada semana salga un capítulo.
martes, 5 de febrero de 2013
ÍNDICE DEL LIBRO
LAS
OCASIONES PERDIDAS
Fausto
Bertinotti y Dario Danti
El
libro está dedicado a Rina Gagliardi
Índice
El año 1991
HUNDIMIENTOS Y GIROS (1)
HUNDIMIENTOS Y GIROS (y 2)
EL AÑO 2001
Hundimientos y promesas (1)
Hundimientos y promesas (2)
EL AÑO 2011
(1) Hundimientos y revueltas
2) Hundimientos y revueltas
(2) Hundimientos y revueltas
En el
número 8/2011 de «MicroMega», Kalle Lasn, el fundador de la revista canadiense
«Adbusters» de la que surgió Occupy Wall Street, confía a Federico Rampini que
el objetivo futuro del movimiento es fundar un partido. Tú, al
contrario, hablas de irreformabilidad de la política y de los partidos: ¿cómo
juzgas la provocación de Lasn?
Las
afirmaciones de Kalle Lasn son muy interesantes. Sostiene de forma explícita
que Occupy no se irá a la cama con los demócratas. Más aún: «No creo que tenga
ningún interés mezclarse con un sistema político corrompido, donde el poder de
los grandes grupos capitalistas, el poder de Wall Street, ha penetrado en todos
los niveles, en todos los partidos. Yo pienso que del movimiento Occupy surgirá
un tercer partido, para liberarnos de la falsa opción entre demócratas y
republicanos, que equivale a elegir entre Coca Cola y Pepsi Cola.» Federico
Rampini objeta que un tercer partido podría favorecer a los republicanos, como
la candidatura del verde Ralph Nader en las presidenciales USA del 2000, las
que llevaron a George W. Bush a la Casa Blanca (con daños colaterales inmensos, como
la guerra de Irak). Kalle Lasn no elude esa problemática, comprende la
comparación, pero da la vuelta al argumento de Rampini al sostener que, antes o
después, «los enormes problemas de este planeta, con sus 7.000 millones de
habitantes, habrían estallado de todos modos.» Y continúa: «De una u otra forma
habríamos pagado las aberraciones de este modelo de desarrollo, habrían
aflorado a la superficie las consecuencias de la espantosa corrupción del
sistema político americano.» Y para terminar, Lasn lanza una estocada profunda:
«Las objeciones que plantea usted son típicas de la izquierda histórica, de la
vieja izquierda europea, que tiene una idea tradicional de la política, un
modelo vertical basado en líderes y en manifiestos programáticos. La nuestra es
la generación de internet, sin líderes, horizontal. El éxito del movimiento
dependerá del pulso entre la izquierda vieja y la nueva. Si la nueva se impone,
será un salto adelante fantástico. Si vence la vieja izquierda, sucederá lo
mismo que sucedió después del sesenta y ocho, la novedad se extinguirá.»
Así pues, la ambición de crear un partido ha de leerse más como
una intención de “comparecer”, de adquirir autonomía respecto de la política
vigente porque ésta es irreformable («un sistema político corrupto»). En
consecuencia es necesario refundar la política por completo y sobre bases
distintas, explorando nuevos caminos, o mejor dicho transitando por los senderos
tortuosos de las revueltas. Permanece todavía dramáticamente sin resolver el
problema de la definición de la meta, pero es previsible que en esta ocasión
sea el itinerario mismo el que defina la meta, y no al contrario.
¿Quiere
eso decir que existe una incompatibilidad entre esta política y las revueltas?
Hay
incompatibilidad con la “política real” porque la fase actual del capitalismo
es incompatible con la democracia. Me doy cuenta de que hago una afirmación muy
fuerte, pero estoy convencido de que de eso se trata. Las opciones de fondo y
el gobierno de los procesos son ya imposibles desde la base de un ejercicio
democrático de consenso.
La globalización neoliberal de los inicios, la de los años noventa
para entendernos, teorizaba que, al liberar la economía de “trabas y de
trampas” por medio de privatizaciones y liberalizaciones, se darían las
condiciones en una fase posterior para la mejora de las condiciones de vida de
las personas (entendidas éstas como familias y empresas). No ha ocurrido así.
Por el contrario, hemos asistido a una continua desestructuración social, al
crecimiento de las desigualdades, a un empobrecimiento generalizado. El proceso
que ha generado todo esto se ha difundido a escala mundial, por más que las
manifestaciones del mismo hayan sido diferentes en las distintas áreas
geopolíticas implicadas.
Hoy, el capitalismo financiero globalizado en crisis lleva a cabo
una operación simétrica a la puesta en práctica en las fases colonialistas del
desarrollo capitalista. Como ya no tiene territorios físicos por ocupar
externos a aquel Occidente que en tiempos fue opulento, el capital, para
superar la crisis y seguir acumulando riquezas y beneficios, se repliega sobre
sí mismo e invade los espacios internos que en el ciclo anterior habían quedado
al margen de su poder: el estado social y el ejercicio del poder contractual
sobre el trabajo. Se promueve así la desestructuración del sistema de
pensiones, la reducción de los salarios, la ausencia de redistribución de la
riqueza, la precarización del trabajo. Un trabajo que el capitalismo financiero
globalizado tiene la ambición de reducir a mercancía, negando sistemáticamente
incluso ese excedente cualitativo que lo convierte en una mercancía singular:
la subjetividad de las trabajadoras y los trabajadores. Vuelve a plantearse,
como ya hemos apuntado antes, la puesta en discusión sistemática del compromiso
dinámico alcanzado en la segunda posguerra mundial entre capital y trabajo.
Esta expropiación conduce, no sólo a lo que Marx llamó “subsunción real” (y ya
no únicamente formal) de la fuerza productiva del trabajador bajo el dominio
del capital, sino a una colonización inédita de la persona humana: todo lo
cual representa una amenaza a la civilización y a la humanidad. Utilizo el
término colonización por la razón de que no afecta únicamente al trabajo, sino
que se extiende a toda la persona humana y también a la naturaleza, me
atrevería a decir que se extiende a todo lo vivo. En este nivel nuestro razonamiento se
hace más complejo y más comprehensivo: este capitalismo en crisis, para
sobrevivir se convierte en omnívoro y no es ya sencillamente incompatible
con la democracia y su libre ejercicio; este capitalismo en crisis amenaza ser
incompatible con el libre desarrollo de todas las formas de vida.
¿Podrías
explicar con más detalle esa tesis sobre la dimensión omnívora del nuevo
capitalismo, profundizando en los acontecimientos que están teniendo lugar en
el continente europeo?
Hablemos de la Europa real, la de la
moneda única y de los parámetros establecidos en Maastricht en 1992. Se trata
de una Europa privada de instituciones políticas electivas, que ha aceptado el
dogma neoliberal y la financiarización de la economía. Goza de una relativa
estabilidad política garantizada por los gobiernos, incluidos los de
centro-izquierda, que, sobre todo en los años noventa, decidieron limitarse a
administrar lo existente, bajo la filosofía de Maastricht. Aquel fue el tiempo
de la globalización ascendente en Europa.
Con la crisis iniciada en 2007, ese edificio intergubernamental ha
quedado en evidencia. En la materialidad de la economía real, el desgaste
progresivo del modelo anterior ha dado paso a la estructuración progresiva de
un nuevo capitalismo que, como hemos visto antes, invade espacios internos que
antes habían quedado colocados al margen de la lucha de clases y de la
política, y se convierte de ese modo en omnívoro y totalizante. Ese proceso constituyente material en curso tiene la ambición de imponer
también un constituyente
político-institucional: le
resulta necesario abolir determinadas reglas externas y de ejercicio
democrático. En la nueva Europa ya no hay lugar para la soberanía popular: el
riesgo implícito es el advenimiento de una fase postdemocrática con un gobierno
oligárquico. ¿Qué otra cosa es la llamada troika –representada por la Unión europea, el Banco
central europeo y el Fondo monetario internacional–, sino ese nuevo gobierno en
embrión?
La tendencia oligárquica del gobierno posee una fuerte connotación
tecnocrática: la política enmudece, le ha sido sustraída cualquier posibilidad
de toma de decisiones. La
Europa postdemocrática sólo prevé la homologación de la
política a las decisiones adoptadas por la economía. El chantaje implícito en
esa tendencia homologadora ha sido bien descrito por el filósofo francés
Etienne Balibar con la expresión “o yo o el caos”, siendo ese yo los diktat económicos y sociales de la troika.
La política institucional no dispone de alternativas en su seno.
En Grecia y en Italia no se han formado “grandes coaliciones” después de un
resultado electoral incierto que no ha dado una mayoría suficiente de gobierno
a ninguno de los partidos en presencia; los parlamentos elegidos no se han
inclinado por ninguna opción. En Italia y en Grecia la política ha abdicado de
su papel y ambos países se han alineado en el proceso constituyente
postdemocrático y oligárquico. El gobierno de los técnicos no es un “remiendo”
–no es un paréntesis, como llegó a decir Benedetto Croce del fascismo a
principios del siglo pasado–, sino un vestido nuevo para una nueva fase del
desarrollo capitalista. Si la operación tiene éxito, se formará una nueva
sociedad orgánicamente a-democrática y neo-autoritaria.
Y allí donde sí se llama a los ciudadanos a votar, como en el caso
de las elecciones políticas en España, se consiente en hacerlo porque desde
antes de dar comienzo la campaña electoral está claro, no sólo cuál será la
tendencia política que se alzará con la victoria, sino, sobre todo, su nivel de
adhesión acrítica a las recetas obligadas de la troika. El Partido Popular de Mariano Rajoy
está dentro y no fuera del proceso postdemocrático y oligárquico, puesto que
aplicará al pie de la letra los dictámenes de la Unión europea, del Banco
central europeo y del Fondo monetario internacional.
Lo que
tú describes, ¿es un desenlace inevitable? ¿Pueden las revueltas oponerse a
este proceso constituyente neocapitalista y poner un dique, un límite, a esa tendencia?
El límite
debe ser en primer lugar político y cultural. Las revueltas lo prueban.
Replicando a distancia al afortunado panfleto del francés Stéphane
Hessel, ¡Indignaos!, Pietro Ingrao ha afirmado
explícitamente que “indignarse no basta”. Es decir, que al movimiento
espontáneo, a la denuncia de la injusticia sufrida, debe seguir la elaboración,
la propuesta y la práctica colectiva y organizada. Según Ingrao, es ilusorio
que la indignación pueda suplir a la política y, en primer término, a la
creación de formas eficaces de acción política. Tal es, por lo demás, el legado
que nos ha dejado nuestra mejor historia.
Pero yo pienso que es precisamente la indignación la que marca un límite, un límite cien por cien político, a la
tendencia al dominio en la actual realidad, tan distinta de la que vivió Ingrao
como protagonista y como maestro nuestro. La indignación es hoy una lectura del
mundo y las revueltas representan prácticas políticas múltiples y eficaces.
Ante todo, la palabra “indignación” reclama de forma explícita la
asociación con otra palabra fundmental: “dignidad”. La dignidad debe entenderse como límite subjetivo
a la explotación, un límite que puede materializarse en el conflicto. La
dignidad humana, la dignidad de lo viviente, la dignidad de todas las formas de
vida son el límite que este capitalismo
omnívoro y totalitario no puede
sobrepasar. En la fase en la que nos encontramos, resistir y reconstruir
significa ser conflictuales: las revueltas practican el conflicto y pueden
proponerse como poder
constituyente.Quien se rebela hoy parte de sí mismo y de su propia dignidad
negada para construir un futuro nuevo.
La antigua expresión de la revolucionaria alemana Rosa Luxemburg,
“socialismo o barbarie”, resulta hoy tan vieja y obsoleta como,
paradójicamente, de extraordinaria actualidad. En la base de esa dicotomía se
esconde otra todavía más radical, que expresaría con la fórmula “igualdad o
barbarie”. La igualdad entre las personas es el anhelo y la finalidad que nace
de la indignación de cada vida individual maltratada, herida, anulada. Ser
iguales, es decir, poseer la dignidad de vivir y la libertad de vivir: eso sólo
es posible a partir de la eliminación de los obstáculos materiales –impuestos
hoy con dureza por el capitalismo financiero globalizado–, y en consecuencia de
la superación tanto de la alienación como de la explotación del hombre por el
hombre. Para cada hombre concreto, para cada mujer concreta, para mí y para el
otro, para la humanidad entera.
Las revueltas y los movimientos del 2011 están de hecho empezando
a poner en pie el otro poder constituyente, tendencialmente
en colisión con el capitalista. La política, la democracia y la izquierda
pueden renacer si consiguen captar todas las potencialidades de las revueltas.
Estas últimas, a su vez, pueden crecer o caer para más tarde resurgir de otra
forma, pero en cualquier caso son la respuesta, incluso en el caso de que en
esta ocasión no tengan éxito. Pero pueden tenerlo.
Pueden tenerlo a través de un proceso abierto, supranacional y
mundial. Pueden, si hacen de la democracia radical e integral el modo de ser,
el signo de identidad de este trayecto. Pueden: hurtando espacios enteros al
dominio del mercado para conquistar una sociedad de bienes comunes, del común; desafiando el dominio del mercado,
desde dentro, a través de la reconstrucción del conflicto.
Pueden, si se evita también una apología de las revueltas, y se
señala por lo menos una de sus eventuales limitaciones a fin de que sea posible
trabajar para superarlas todas: el decalaje existente entre los múltiples
conflictos presentes, empezando por la separación, todavía tan abrumadora,
entre los conflictos laborales, los conflictos por los derechos de la persona y
los conflictos para la conservación de la naturaleza. Esta es precisamente la
razón por la que resulta imprescindible que las subjetividades de los movimientos
se autoorganicen en una constituyente
de los movimientos. Esta
ocasión es el futuro.
Traducción de Paco Rodríguez de Lecea
Traducción de Paco Rodríguez de Lecea
domingo, 3 de febrero de 2013
(1) Hundimientos y revueltas
diálogo con Fausto Bertinotti
Se hunden las dictaduras del Norte de África, en Europa nacen
nuevos movimientos sociales, incluso en Estados Unidos tienen lugar imponentes
manifestaciones. ¿Cómo podemos definir estos conflictos de un nivel global, y a the
protester (“el manifestante”),
que la revista «Time» eligió como personaje del año 2011?
Hay un hilo rojo que recorre estos acontecimientos, estas
agitaciones, estas personas en lucha: es la revuelta, son las revueltas. Se dan, obviamente, especificidades,
pero yo no las catalogaría a partir de los distintos continentes (África del
Norte, América del Norte, Europa), porque lo que destaca es que todas esas
revueltas presentan rasgos homogéneos. Dejaría fuera únicamente el caso de
Libia, más parecido a la guerra del Golfo, es decir a un conflicto bélico en el
que Occidente juega un papel decisivo, encaminado de forma más o menos
explícita a redefinir las fronteras geopolíticas para repartirse los recursos
energéticos (como lo ha descrito bien el historiador Gian Paolo Calchi Novati).
Se trata de revueltas autogeneradas, no
hay en ellas ningún elemento mayéutico, ninguna dirección externa: no las
encabeza ningún partido político y tampoco líderes carismáticos identificables
como tales. Yo hablaría más bien de una sedimentación que, en estos años, ha
fraguado en agitación y se ha explicitado en formas y modalidades inéditas.
Podemos señalar algunas características
comunes y determinados temas de fondo: en primer lugar el rechazo a una
injusticia sufrida; después, la búsqueda de futuro; y en tercer lugar, la
reacción contra la represión violenta, contra la violencia del sistema.
El antecedente son las revueltas del
otoño de 2005 en las banlieues parisinas. El 27 de octubre, en
Clichy-sous-Bois, dos adolescentes hijos de emigrantes africanos y magrebíes,
Zyed Benna de 17 años y Bouna Traoré de 15, mueren electrocutados por un
transformador en el interior de la cabina de una instalación eléctrica; un
tercero, Muhittin Altun de 17 años, sufre heridas graves. No está claro el
motivo por el que los tres estaban en aquel lugar; según algunos, les perseguía
la policía porque habían cometido un hurto y escalaron el muro para esconderse.
La acusación resultará infundada. Es la mecha: la muerte de “uno de los suyos”.
Como en Tunicia con Mohamed Buazizi, el joven al que se negó el trabajo, que
fue humillado por el sistema político con el rechazo incluso a escuchar sus
argumentos, su recurso; entonces llevó a cabo el gesto extremo de prenderse fuego
y negarse a sí mismo la vida: una doble negación. Muertes dramáticas que,
paradójicamente, nos hablan de la vida, porque son la chispa que hace estallar
la revuelta. De la negación de la vida, de la anulación, surgen la rebelión y
el rechazo del poder injusto y violento.
Sería cosa de preguntarse por qué precisamente en ese momento,
precisamente en 2011, y por qué con esa intensidad...
Para responder a ese interrogante, hemos de entender el papel que
desempeña el poder constituido. Las revueltas de las banlieues parisinas son paradigmáticas
porque, en aquella situación, el entonces ministro del Interior Nicolas
Sarkozy, no sólo perseguía el objetivo de la “tolerancia cero”, sino que no
dudó en calificar de “canallas” a aquellos muchachos y muchachas. El poder no
comprende lo que está ocurriendo en la sociedad: allí como en otros lugares, en
todas partes. Yo lo definiría sin dudar como la
ceguera de occidente y del poder de nuestro tiempo.
Al final de la década pasada se va
configurando poco a poco una nueva generación que, a través de manifestaciones
diversas y de múltiples luchas, encarna una posibilidad para la revuelta. Es la generación de
la precariedad, la que sufre la traición, en occidente, de las promesas de la
democracia, del desarrollo y de la política, mientras la globalización ha
dejado ya de ilusionar incluso a sus propios corifeos. Esa ebullición se
manifestará a escala global en 2011. Y lo hará en formas y modalidades
inéditas, conectando, por ejemplo, el mundo virtual y la plaza real. Es decir,
utilizando los nuevos instrumentos de comunicación –Facebook, Twitter...– como
si fuesen una “segunda piel”. Plaza virtual y mundo real son inescindibles en
esta nueva fase: representan las dos caras de la misma medalla.
Precisamente en 2011 las revueltas, en
su pluralidad, toman cuerpo y se despliegan porque se difunde entonces de forma
explícita la conciencia de la irreformabilidad interna del gobierno de los
Estados, o mejor dicho de los regímenes, y en último término del sistema
entero.
Citas el gobierno de los Estados, hablas luego de regímenes, y en
último análisis del sistema económico y social vigente. Estos contextos
diferentes, ¿han favorecido, los tres, el nacimiento de las revueltas?
Hemos de partir de una palabra clave: irreformabilidad.
Después de la descolonización, y
desvanecidas ya las esperanzas suscitadas por el panarabismo que, desde finales
de los años cincuenta, quiso implantar una soberanía y una autonomía económica
y política respecto de occidente por parte de los países de la península
arábiga y el Norte de África, en estas áreas se instauraron reales y verdaderos
Estados autocráticos. El despotismo y la corrupción se tradujeron en un
inmovilismo que, a largo plazo, estaba llevando a la región a una decadencia
completa e incontrovertible. La gestión del poder a través del familismo y el
nepotismo no permitía una reforma siquiera mínima, es decir un cambio “desde
dentro”. Todo lo cual, naturalmente, se reforzó y agudizó con la escalada de la
crisis económica.
En Europa, por el contrario, se prepara
desde arriba el advenimiento de un nuevo régimen; o por lo menos, se intenta.
Es el arrumbamiento drástico de la etapa democrática, para entendernos de los
treinta años gloriosos de los trabajadores que tuvieron su ápice en el bienio
68-69. Los años del derecho del trabajo y en el trabajo y del welfare state, o dicho de otro modo de las luchas de
clase que dieron lugar al compromiso dinámico entre el capitalismo y el
movimiento obrero. En Europa se quiere poner en discusión precisamente ese
compromiso: se pretende, en suma, una auténtica revancha de clase para
construir un nuevo capitalismo totalizante “puro”.
Una irreformabilidad diferente, por
tanto, pero con la constante de la imposibilidad de un cambio desde el interior
del sistema. En el caso de las revueltas del Norte de África, el continuismo
desesperado del ejercicio del poder por parte de los regímenes moribundos y, en
ese contexto, la conciencia creciente de que es posible obtener resultados
inmediatos, atizan la revuelta; en el Viejo Continente es la naciente
posibilidad de construcción de un régimen sin democracia lo que provoca la
indignación de miles de personas, jóvenes sobre todo. El resultado de las
revueltas en Europa es aún incierto precisamente porque se sitúan en un cuerpo
a cuerpo conflictual con quienes quieren instaurar ese nuevo tipo de régimen.
No se trata en todo caso, por parte de quienes se oponen, de conservar lo
existente tal como es, sino de tener claro finalmente el proceso de radical
mutación económica y política hacia el que Europa debería y podría tender.
También por esa razón, el tiempo de las revueltas no puede ser sino largo e
incierto.
Muy radicales son también los objetivos del movimiento
estadounidense Occupy Wall Street, que el estudioso Immanuel Wallerstein ha
definido como el mayor movimiento activo en EEUU desde el del sesenta y ocho...
Indudablemente. Ahí encontramos la lucidez del análisis y el
sentido práctico del objetivo, dirigido no contra la Casa Blanca sino
contra los templos del poder real, es decir el económico-financiero. La prueba
es la frase que pronunció Barack Obama en la inauguración de la campaña para
las presidenciales de 2012: «La política ha perdido.» Y aun más: se encuentra
una extraordinaria heterogeneidad de subjetividades en el movimiento, por no
hablar de las formas concretas de la acción política, conectadas a la amplitud
del consenso alcanzado.
Me parece decisivo, por lo demás, otro
elemento peculiar de Occupy Wall Street: el retorno de la política que sabe distinguir
y practicar el conflicto. En los últimos años, en efecto, nos hemos
acostumbrado a una política que se escondía detrás de la retórica de los
“intereses generales”, camuflando de ese modo todo lo que, en cambio, era útil
sólo para el poder constituido. Una política aceptada por una izquierda suicida
que ha anulado al adversario asimilándose a él hasta hacerse indistinguible.
Con el eslogan Nosotros somos
el 99, vosotros el 1 por ciento se
dice claramente, en la sociedad del capitalismo financiero globalizado, cuál es
el sector mayoritario y cuál el minoritario, quiénes son los amigos y quién el
enemigo. El uno por ciento no es reformable y, para defender sus intereses,
construye una sociedad política no democrática.
Me vuelve a la mente el eslogan de diez
años antes, el del movimiento de Génova: Vosotros
G8, nosotros 6.000 millones. Es
casi el paso del testigo, como en una carrera de relevos. Y sin embargo el
contexto es diferente: en 2001 la globalización neoliberal y la guerra global
preventiva y permanente estaban en su apogeo; en 2011 tanto ese tipo de guerra
como el tipo de globalización se encuentran en una crisis profunda. Por más que
sabemos que, históricamente, el capitalismo siempre ha buscado –y hasta hoy lo
ha conseguido– reinventarse para escapar a las crisis que ha padecido.
¿Cuáles son, en tu opinión, los otros elementos de continuidad
entre este movimiento y el que se desarrolló hace ya más de diez años?
En los dos casos se da la tensión para constituirse como un
movimiento mundial. En segundo lugar, se trata de movimientos del siglo XXI:
como hemos dicho en el diálogo anterior, se obvia el análisis sobre el fracaso
del movimiento obrero y de la izquierda del siglo pasado, y se toma como punto
de partida una plataforma cultural crítica externa a aquella derrota. En tercer
lugar, la composición de los animadores de ambos movimientos tiene
connotaciones de un fuerte rasgo generacional.
Pero las revueltas, en mayor medida que
el movimiento de los movimientos, plantean dos temas de fondo: la democracia
integral como práctica y apropiación directa del espacio público y la política
como conflicto (no sólo de clase, sino como resultado de una pluralidad de
contradicciones, entre ellas la de clase).
El movimiento que nace en Seattle en
1999 y que crece con las jornadas del G8 de Génova, hasta las imponentes
manifestaciones contra la segunda guerra del Golfo, declara que otro mundo es posible y lo hace instaurando una relación con
la política, entendida también como partidos e instituciones. Con todos sus
límites esa política, pese a lo feroz de la crítica, es reconocida como
interlocutora por el movimiento. Las revueltas, por el contrario, prescinden de
la política dada: el juicio es en este caso tan severo que declara irreformable
la política actual, en primer lugar la de las instituciones representativas y
los partidos. Es más: asistimos a la toma de conciencia definitiva de que esa
política ha sido devorada, estrangulada por el mercado. En ese sentido podemos
hablar explícitamente, por un lado, de eutanasia
de la política, y por otro,
de las revueltas como posibles incubadoras de una política distinta, Las revueltas de 2011 tienen el mérito
de ponerlo todo “patas arriba” y de gritar que “el rey está desnudo”. Por eso a
partir de ellas es posible reemprender la marcha sin la obligación, como ha
dicho uno de los líderes de Occupy Wall Street aludiendo a la alternativa entre
demócratas y republicanos, de elegir entre la Coca Cola y la Pepsi Cola.
Sin embargo, muchos analistas e intelectuales sostienen que las
revueltas no son revoluciones: ¿ocurre así por el espontaneísmo y por la
ausencia de un programa político claro y definido?
Pienso que no se debe analizar las revueltas a través de
categorías analíticas del siglo pasado. Las revueltas no son signos de
espontaneísmo o, peor todavía, de inmadurez.
A finales del siglo XIX el colaborador
más íntimo de Karl Marx, Friedrich Engels, sostiene que la realización de las
reivindicaciones del movimiento deben pasar en adelante por la conquista del sufragio
universal y, en consecuencia, por el nacimiento de una democracia parlamentaria
bien asentada. Es evidente que, según esa tesis, las luchas, las protestas y
las movilizaciones deben archivar todos los elementos de inmadurez con el fin
de alcanzar su objetivo general, ya maduro, de superación de la sociedad
capitalista en la democracia. Más aún, el mismo Engels declaró que había
concluido ya el tiempo de la revuelta.
A inicios del siglo XX Lenin y los
bolcheviques, en Rusia el año diecisiete, superaron la ingenua afirmación de
Engels y propusieron, a través de la Revolución de Octubre, la supresión de cualquier
forma de representación liberal –y por tanto burguesa–, con la finalidad
explícita de conducir al proletariado a un orden nuevo. En este cuadro, la
revolución es la fase madura de la lucha conjunta del movimiento obrero, que se
dota de una estrategia, de un programa y de una práctica política que se
orienta, en última instancia, a la abolición tanto de la propiedad privada de
los medios de producción como de la explotación del hombre por el hombre. Las
revueltas son calificadas, también en este caso, de mero espontaneísmo y de
manifestaciones de una fase de inmadurez del movimiento obrero. El fracaso del
socialismo real y la derrota del siglo XX obligan ahora a más de una
reconsideración sobre el carácter lineal del crecimiento del movimiento obrero
y sobre la naturaleza de las luchas, incluidas las revueltas.
Hoy, las revueltas son un estallido de
energía y, al mismo tiempo, una puesta en práctica de esa energía vital. Las
revueltas hablan de sí mismas en la medida en que, aquí y ahora, determinan y conjugan necesidad y deseo. Pueden ser un movimiento refundador de la política porque quieren, y
contextualmente practican, una política nueva. Baste pensar en la
horizontalidad de las discusiones y en las modalidades con frecuencia inéditas
y participativas con las que se toman las decisiones; baste pensar en la
radicalidad democrática que permea los momentos de conflicto vividos. Las
revueltas expresan una potencialidad
performativa.
Traducción Paco Rodríguez de Lecea
sábado, 2 de febrero de 2013
EL AÑO 2011
EL AÑO 2011
por Dario Danti
Sueña, muchacho, sueña
cuando se alza el viento
en las vías del corazón,
cuando un hombre vive
por sus
palabras
o no vive
ya
ROBERTO VECCHIONI
Voces, palabras.
Hamlicia, más
que un espectáculo teatral, es un Ensayo
sobre el final de una civilización. Hamlet
y Alicia se encuentran y se desencuentran. Los textos de William Shakespeare y
de Lewis Carroll (y no sólo de ellos) dialogan a distancia. Lo hacen en el
interior de la cárcel de Volterra. Aquí, en la Casa de Reclusión, desde hace más de veinte años
Armando Punzo y la Compagnia
della Fortezza hacen revivir el teatro cada día.
Este año yo acudo solo.
Los actores son reclusos: representan
en un lugar de encierro por excelencia. Punzo libera ese recinto de prisión: lo
hace en los espacios estrechos de las celdas y en el patio alargado de la hora
del paseo.
Sueño y realidad. Locura,
claustrofobia, palabras. El Hamlet de Hamlicia es un personaje que baraja textos
y palabras diferentes. Los personajes de Hamlicia crean situaciones en las que el
espectador se queda a solas con el actor: lo escucha, le sigue en sus
actitudes, se siente hipnotizado por él. Tacones altísimos, tejidos de colores
chillones o recubiertos de plumas y lentejuelas, labios rojos y caras blancas,
pelucas y sombreros enormes. Nadie puede permanecer al margen y Alicia observa,
va de un lado a otro, llama la atención, incita a participar. Los cuerpos de
los actores y el flujo de los cuerpos de los asistentes en el cuerpo de la
cárcel. Y Hamlet deber ser liberado, como los propios espectadores, que son
convocados directamente a participar en la escena final. «La revuelta de las
palabras... todas las palabras en rebeldía... las palabras que vuelan... que
pierden el sentido previsible... la revuelta de las palabras alcanza a todos...
nuevas palabras nunca antes inventadas, oídas, imaginadas... todo debe tener
aún una posibilidad...», recita Armando Punzo envuelto en el manto de una
irreal Reina emplumada. Y los espectadores aferran letras blancas de
poliestireno: las lanzan al cielo, al aire. Van y vuelven. Voltean en un rito
catártico, de liberación.
Voces, palabras, revueltas.
«Los manifestantes denuncian las
desigualdades territoriales y el desempleo galopante que golpea sobre todo a
los jóvenes licenciados en el interior del país», ha declarado Jala Zoghlami,
militante tunecino de los derechos humanos. «El cierre de todo espacio de
expresión no nos deja otra vía para la contestación que la revuelta y la calle
-ha denunciado el principal partido de oposición argelino, el Reagrupamiento
por la cultura y la democracia (Rcd)-, y delante de una miseria creciente el
Estado responde con el desprecio, la represión y la corrupción.» Una voz, que
al final se ha convertido en un clamor: «¡Mubarak, vete!» «Sólo era cuestión de
tiempo; sabíamos que ocurriría», comenta Tony de regreso de Tottenham. Un
cartel: «Los gérmenes sirios saludan a las ratas libias» (así habían definido,
respectivamente, Bashar al-Assad a los opositores y Muammar Gadafi a los rebeldes).
«El pueblo quiere justicia social» también en Tel Aviv. «Este es el tiempo en
que lo nuevo no llega a nacer y lo viejo no acaba de morir, es el tiempo de los
monstruos, nuestra plaza es un monstruo», explica Ramón, uno de los
“indignados”. Nosotros somos
el 99 por ciento.
Voces, palabras, revueltas, ciudades.
Tunicia, la revolución de los jazmines. Mohamed Buazizi tiene 28 años.
Huérfano de padre, ha interrumpido sus estudios porque ha de mantener a toda la
familia: siete personas. Es un joven vendedor ambulante sin licencia. Si se
“compra” el favor de las fuerzas del orden, se puede vivir tranquilo. Él no lo
hace: no quiere rebajarse a compromisos. Es arrestado y, en la refriega, lo
golpean en la cara y le escupen. Es una humillación demasiado grande. Para
protestar se prende fuego delante del edificio del gobierno de Sidi Bouzid. Es
la mecha de las revueltas que, en pocas semanas, se propagarán por todo el
Magreb: desde diciembre de 2010 hasta el año nuevo, y durante todo ese año. La
llamada primavera árabe empezó en invierno en un país no árabe. Jóvenes con una
instrucción conquistada con penas y fatigas que deben afrontar porcentajes en
torno al 30 por ciento de desempleo. La mitad de la población tiene una edad
inferior a los 25 años; está descontenta con un presente que niega toda
perspectiva de futuro, que roba el futuro. La revuelta constituye la única
salida: no hay nada que perder cuando no se tiene nada. Desempleo, carestía
alimentaria, corrupción y condiciones de vida deficientes. Caen los regímenes
con las revueltas del pan: Zine al-Abidine Ben Alí en menos
de un mes, el 14 de enero. “Pan y rosas”, se decía el siglo pasado. “Pan y
jazmines”, en éste. En octubre se celebran las elecciones: más del 90% de los
ciudadanos con derecho a voto esperan horas en largas colas para poder expresar
su preferencia.
En Egipto, Israa Abdel Fatah tiene 28
años. Es una joven militante de los derechos civiles. Ha sido ella la autora de
un llamamiento en Facebook que ha conseguido que un millón de egipcios salga a
las calles para derribar a Hosni Mubarak, que desde hace treinta años dirige el
país. Todo ha pasado en 26 días. Las grandes manifestaciones de la plaza Tahrir
demuestran que los dictadores no son invencibles, que el cambio es posible. A
finales de noviembre hay enfrentamientos y nuevas manifestaciones en la plaza
Tahrir, el día de la víspera de las elecciones parlamentarias. Se repiten en
diciembre. La junta militar, en el poder desde febrero, es acusada de haber
aplastado a los discrepantes con puño de hierro y de haber intentado de todas
las formas posibles retrasar la transición hacia la democracia. Es la “segunda
revolución”.
Manifestaciones. A primeros de año
también en Argelia y Bahrein tienen lugar marchas y protestas. La represión no
se hace esperar. En Yemen, la dimisión del presidente Ali Abdallah Saleh
llegará sólo a finales de año. Y también a finales de año, en la Siria de Bashar al-Assad
5.000 víctimas serán el resultado de la violencia del régimen contra el
descontento que se extiende ya por todo el país.
En Libia la guerra dura seis meses.
Seis meses y siete días, para ser precisos. El 17 de febrero, una semana
después de la caída de Mubarak, los opositores organizan en varias ciudades una jornada de la rabia. El dictador Muammar Gadafi, en el
poder desde hace más de cuarenta años, responde con la fuerza del ejército. El
gobierno tiene Trípoli bajo control, pero en el este del país la revuelta se
impone: Bengasi se convierte en la capital de los insurrectos. Nace el Consejo
nacional de transición. Los rebeldes avanzan luego a lo largo del golfo de
Sirte y nuevas ciudades pasan a ser el teatro de la lucha: Zawiya, Misurata,
Zintan. En marzo se produce la contraofensiva, con el avance de las milicias
del régimen. Una resolución de la
ONU , con el objetivo declarado de proteger a la población
civil, autoriza el uso de la fuerza y se crea una coalición internacional
dirigida por Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. El papel militar y la
contribución económica de Occidente serán decisivos para la victoria de los
opositores. La carretera costera de Sirte, las ciudades de Brega y Misurata son
ahora los nuevos focos del conflicto. Al paso de las semanas la actividad
bélica pierde intensidad. “Crímenes contra la humanidad”: el 27 de junio el
Tribunal penal internacional dicta una orden de detención contra Gadafi. El 21
de agosto los rebeldes entran en Trípoli bajo la cobertura aérea de la OTAN : una multitud festiva
invade la plaza Verde. Dos meses después, en Sirte, Gadafi es capturado y
muerto.
En el diario «il manifesto» el
historiador Gian Paolo Calchi Novati se refiere al siglo breve de Hobsbawm y traza las
coordenadas de un siglo largo: desde el Congreso panafricano
organizado en Londres por Sylvester Williams en 1900, hasta las revueltas de
2011. Fue precisamente en aquel congreso cuando William E. Burghardt Du Bois,
uno de los padres del panafricanismo, profetizó que el siglo XX se
caracterizaría por la “línea del color”. Black, negro. Ese color, precisa
Calchi Novati, era en último análisis «una metáfora para identificar a los
hombres y las mujeres inferiorizados, periferizados y oprimidos por los
imperios coloniales, por el mercado y por la ideología dominante.» El siglo XX
estuvo caracterizado por la emancipación más que por la independencia o la
consecución de la soberanía por parte de los pueblos “de color”, que dieron
carta de nacimiento, hacia la mitad del siglo, al Tercer mundo. «El siglo largo
-continúa Calchi Novati--fue testigo de muchas esperanzas, muchas victorias y
muchas derrotas. A la luz de la historia, las responsabilidades por la
involución que lo ha clausurado se reparten, con muchas alternativas y
vaivenes, entre la codicia de los grupos dirigentes que prometieron la
descolonización, la dificultad de las distintas capas sociales de los países
afroasiáticos para definir sus respectivos derechos, y la desproporción entre
los poderes de las fuerzas que detentan los capitales, la tecnología y la
disponibilidad de mano de obra a escala mundial.» En Libia, ¿qué liberación era
posible bajo las bombas de la
OTAN ? Para Calchi Novati concluyó en realidad el siglo XX
largo, pero con una conclusión amarga: siglo breve y siglo largo tienden a
coincidir. Y lo hacen en un mundo unidimensional: como después del hundimiento
de los regímenes del Este, así ahora en el Norte de África se impone
definitivamente la globalización del nuevo orden mundial. ¿Y en Túnez, en
Egipto? Calchi Novati parece prestar más atención a lo ocurrido en Libia que a
las revueltas de los demás países: las “primaveras árabes”, según esta tesis,
resultan netamente infravaloradas.
Voces, palabras, revueltas, ciudades, plazas.
La plaza Tahrir, en El Cairo, ha sido
el epicentro de la revuelta egipcia. La Puerta del Sol en Madrid, la plaça de Catalunya
en Barcelona y otras decenas de plazas encarnan, desde mediados de mayo hasta
el otoño, la rebelión de los “indignados”. Es el contagio de las revueltas
norafricanas, aunque no haya un dictador al que derribar. Con la ocupación de
la plaza se crea un espacio común, una esfera pública, una nueva agorá. Con tiendas de campaña. Y luego,
la utilización de internet, de los blogs, de las redes sociales como Facebook y
Twitter. Es la verdadera fuerza de un movimiento que toma cuerpo y se expande
sin fuerzas políticas, sin sindicatos y sin líderes. Ciberdemocracia y/es
democracia. «¡Democracia real ya!» significa participar y decidir en primera
persona, sin mediaciones, más allá de los instrumentos clásicos de la
representación delegada. Contra la corrupción de la política y de los partidos:
«No nos representan.» Contra una política carente de soberanía: en la práctica
son organismos extraestatales como el Fondo monetario internacional y la Banca central europea los
que dictan la línea política (errónea). Y sin trabajo, sin pensión, sin futuro…
Por tanto: «Nosotros no estamos contra el sistema, es el sistema el que está
contra nosotros.»
Y el sistema está también contra los
ingleses. La Gran Bretaña
ha cambiado de cara en veinte años: la clase obrera ha desaparecido
prácticamente de las grandes ciudades, y en las áreas desertadas por las
fábricas se han creado grandes centros comerciales. El deterioro de la
enseñanza es una constante, la precarización del trabajo una regla. En el
período 1984-1997 el empleo de los jóvenes entre los 16 y los 24 años disminuyó
en un 40 por ciento; el porcentaje ha crecido aún más en los últimos años. La
distancia entre las clases acomodadas y las que lo son menos experimenta un
aumento sensible, asociada a un consumismo desenfrenado. Las periferias se han
convertido en guetos: las bandas de barrio son al parecer la única
“institución” que funciona, aunque no se cumpla de modo automático el paso del
gang a grupo criminal. Si estás dentro peleas, te enfrentas. Más datos: son 120
los chicos entre los 13 y los 24 años víctimas de muerte violenta en Inglaterra
en 2009-2010; 16.604 losteenagers internados
en el hospital por agresiones (de ellos, 1.907 heridos a cuchilladas). Hablar
de futuro no es posible. No hay nada que perder, como en la banlieue parisina (corría el año 2005). La
revuelta llega en los primeros quince días de agosto: el consumismo al revés,
mediante el saqueo sistemático. La primera víctima es Mark Duggan, 29 años,
muerto en el curso de una operación policial (le seguirán otros cuatro). Se
desata la violencia: de Londres a Salford, de Birmingham a Manchester, de
Leicester a Wolverhampton. El primer ministro David Cameron define la violencia
como «criminalidad pura y simple». Resultado: 2.800 arrestos, 900 encausados.
Y la represión golpea también al movimiento
estadounidense Occupy Wall Street, nacido a partir de un llamamiento público de
la revista canadiense Adbusters. «¡A los bancos los han salvado, a
nosotros nos han vendido!»: un concepto sencillo que se difunde capilarmente.
La calle más importante de los Estados Unidos es aquella donde tiene su sede la Bolsa de Nueva York. Unas
pocas manzanas hacia el norte hay una plaza: Zucotti Park, reestructurada
después del 11 de septiembre de 2001 por la empresa Brookfield Properties, que
le dio el nombre de su presidente. Vuelve a llamarse Liberty Plaza desde el
nacimiento de Occupy Wall Street. Precisamente en el lugar donde tiene su sede
el centro de los negocios surge otra
plaza: una polis en miniatura. Hay una cocina, un
comedor legal, servicios higiénicos, un centro médico, una biblioteca hecha con
libros regalados e incluso un mercado (llamado centro confort). Luego está la
zona de la asamblea general, que dispone de un micrófono humano. A través del
micrófono humano circulan los anuncios, las ideas, las propuestas: las personas
repiten, frase tras frase, concepto tras concepto, lo que el orador de turno
está diciendo a los que se han reunido alrededor; de este modo se habla con una
sola voz. No se trata sólo de escuchar lo que el otro está diciendo; es necesaria
una capacidad de concentración real porque hay que repetir las palabras una
tras otra. Vuelven las palabras: la posibilidad de las palabras, la revuelta de
las palabras en todo el mundo.
Judith Revel y Toni Negri, en el sitio de uninomade, han tratado de encontrar un hilo
rojo común a todas estas revueltas: sería «el rechazo a pagar las consecuencias
de la crisis (nada sería más erróneo que considerar la crisis como una
catástrofe ocurrida en el interior de un sistema económico sano; nada más terrible
que la añoranza de la economía capitalista antes de la crisis); es decir, de la
gigantesca transferencia de riqueza que se está produciendo en beneficio de los
poderosos, organizados en formas políticas democráticas o dictatoriales,
conservadoras o reformistas.» Es la
crisis del neoliberalismo y
la reacción a esa crisis económica global: obviamente varía la composición
social de los protagonistas de las revueltas, pero el derecho al futuro les afecta a todos del mismo modo. Lo
mismo vale también para los estudiantes de Chile, en lucha contra el sistema
clasista de la enseñanza y de la sociedad heredado del régimen de Pinochet, y
para los manifestantes israelíes que ocuparon la calle contra la carestía y los
costos elevados de la vivienda.
La palabra crisis es misteriosa en
cierto modo. Rebobinemos la cinta por un momento. En 2001 Enron, una de las
mayores multinacionales estadounidenses que operan en el sector de la energía,
quiebra de forma repentina. Un rayo en el cielo sereno: la empresa, de hecho,
había experimentado en los últimos años un crecimiento extraordinario,
decuplicando su valor y ascendiendo al séptimo lugar en la clasificación de las
multinacionales más importantes de EEUU. Sin embargo, en un lapso brevísimo de
tiempo las acciones de Enron, consideradas solidísimas, pierden su valor y
pasan de una cotización de 86 dólares a 26 centavos, volatilizando de ese modo
alrededor de 60.000 millones de dólares en un período de tres meses. ¿Una señal
premonitoria? El 15 de septiembre de 2008 se produce la quiebra del banco
neoyorquino Lehman Brothers, pero hemos de remontarnos al verano del año
anterior para encontrar el origen de la crisis del crédito que desembocará, más
tarde, en la nacionalización de los bancos británicos Lloyds y Royal Bank of Scotland.
Acciones, títulos, créditos, fondos (de
pensiones privadas y de inversión pública), productos derivados, obligaciones…
Es la financiarización de la economía: en torno al año 1980 los activos
financieros equivalían de forma aproximada al producto interior bruto (PIB) del
mundo; en 2010, en el nivel mundial, si el PIB equivale a 74 billones de
dólares más o menos, el mercado de obligaciones vale 95 billones, las bolsas 50
billones, y los títulos derivados otros 446. El monto de toda esa riqueza es
ocho veces superior a la economía real (industria, agricultura y servicios). En
ésta el dinero real produce mercancías que producen más dinero. En la economía
financiera el dinero produce un dinero (virtual) que produce más dinero
virtual. ¿Y quién sale ganando con ese mecanismo? Un dato entre muchos: las
primeras diez sociedades por su capitalización en bolsa, el 0,12% de las 7.800
sociedades registradas, detentan el 41% del valor total, el 47% de los
beneficios y el 55% de las plusvalías registradas. Un puñado de operadores
financieros está en condiciones de controlar el 65% de los flujos financieros
globales.
Un bit de la memoria de un ordenador
tiene más valor que una moneda de oro. Precisamente con el final de la
convertibilidad del dólar en oro se consolida, a finales de los años setenta,
la política del dinero fácil con la transición desde un mundo hostil al
endeudamiento hacia un modelo distinto, el actual, repleto de deudas y
perennemente al borde del colapso.
De 1990 a 2007 -diecisiete
largos años--, el crecimiento económico global, con la única excepción de
Japón, ha sido encabezado por los Estados Unidos con dos características
principales: neoliberalismo y liberalización total de los mercados financieros.
Desde 2007 nos encontramos sustancialmente en recesión. Algunos economistas
hablan incluso de “segunda Gran Contracción” después de la crisis del 29 (y no
de una simple recesión). Una fase de tiempos largos: de 2007 a 2014, según las
previsiones.
La crisis de los Estados tiene su
origen en un exceso de deuda privada, no de deuda pública. Esta última ha
crecido, sí, pero debido a la toma de las medidas necesarias para impedir la
quiebra de sectores privados. Un endeudamiento privado debido a la
sobreproducción, pero también un endeudamiento privado de las familias causado
por los bajos salarios. Los déficit en el balance financiero de un país se
cubren vendiendo títulos, o lo que es lo mismo, pidiendo en préstamo dinero a
cambio del cual se ofrece un interés: eso es la deuda pública. Para que el
procedimiendo sea sostenible, la diferencia entre la tasa de interés de la
deuda y la tasa de crecimiento del PIB debe mantenerse bajo control. Pero no ha
ocurrido así.
En 2011 el centro de la crisis se sitúa
en el Viejo Continente. La
Europa monetaria del tratado de Maastricht (7 de febrero de
1992), en todos estos años no ha encontrado una fuente alternativa de demanda
(las exportaciones hacia EEUU y Asia sólo han funcionado para Alemania y pocos
países más); además, las inversiones han crecido poco y han buscado sobre todo
rendimientos financieros elevados, mientras que el consumo se ha estancado por
los bajos salarios y la desigualdad cada vez mayor, y el gasto público se ha
visto bloqueado por los compromisos del Pacto de Estabilidad.
En la eurozona se da una situación
paradójica, debido a que los Estados particulares han sido sometidos a una
especie de doble presión: disminución forzosa de la deuda y, ligada a ella,
especulación en bolsa sobre esa misma deuda (con la consiguiente prima de
riesgo). La espiral especulativa permite que algunas grandes sociedades
financieras empiecen a vender los títulos de deuda pública de Estados a los que
se considera en riesgo de insolvencia; eso lleva a la depreciación del valor de
los títulos y al consiguiente aumento de las tasas de interés. El spread -es decir, la diferencia en relación
con los títulos considerados seguros (en Europa, los alemanes)--se dispara. Y
Grecia, España, Portugal, Irlanda e Italia se convierten en los bolos
tambaleantes de una partida global de bowling. Se precisa liquidez monetaria. Y
así se suceden los planes de salvamento: para los Estados, pero sobre todo para
el mundo bancario y financiero.
La situación es aún más paradójica
porque Europa sigue siendo el mayor socio comercial de Estados Unidos y China,
y China (entiéndase: sus empresas y sus bancos) es el mayor poseedor extranjero
de deuda pública estadounidense. Lo mismo ocurre con Alemania en relación a
Grecia, o con Francia respecto de Italia. O de los países fuertes hacia España
e Irlanda. Y en este cuadro de interdependencias globales emerge un Viejo
Continente que se mueve a velocidades distintas. Mientras la “periferia” de
Europa (el Sur, el Este, Italia e Irlanda) se asfixia entre la desertificación
de su tejido económico y la prima de riesgo financiera, el corazón, el “centro”
-la Europa
carolingia (Alemania, Francia y el Norte)-- puede entrar en breve en un largo
período de estancamiento. Una situación que fácilmente podría resultar
implosiva para el euro y para la propia unidad europea.
Grecia ha estado al borde de la bancarrota. Las intervenciones
financieras puestas en práctica por la troika -la Unión europea, el Banco central
europeo y el Fondo monetario internacional--han provocado sangre y lágrimas en
aquel país: baste pensar en la medida del despido de 30.000 funcionarios
públicos. Durante meses y meses se han sucedido huelgas, manifestaciones y
concentraciones en las plazas. Bastó que en noviembre el primer ministro
Giorgos Papandreu anunciara un referéndum popular sobre las medidas impuestas
por la troika, para recibir la amenaza de la retirada
del plan de salvamento. Resultado: dimisiones y gobierno de unidad nacional
bajo la dirección de Lucas Papademos, ex vicepresidente del Banco central
europeo.
Es muy probable que los referéndum sean
puntos de inflexión que señalen cambios de etapa histórica (para lo bueno y
para lo malo).
Como ha escrito el sociólogo Ilvo
Diamanti en «Repubblica», los referéndum siempre han marcado cambios históricos
en la Italia
republicana. «Desde 1946, fecha en la que precisamente nace la República. Luego ,
en 1974, el referéndum sobre el divorcio: el sesenta y ocho proyectado al plano
de las costumbres, el giro laico y antiautoritario de la sociedad italiana. En
1991, hace justamente veinte años, el referéndum sobre la preferencia única
para el Parlamento. Es el muro de Berlín que se derrumba sobre nosotros;
anuncia el final de la
Primera República y la puesta en marcha de la Segunda. En 1995, el
referéndum contra la concentración de canales de televisión. Es decir, contra
la posición dominante de Berlusconi. Fracasa. Y dificulta, después, cualquier
acción contra el conflicto de intereses. Desde entonces, todos los referéndum
revocadores fracasan. En particular el de abril de 1999, que pretendía la
abolición de la cuota proporcional en la ley electoral. No alcanzó el quorum
por un escuálido puñado de votantes. Marcó el final del referéndum como método
de reforma y de cambio institucional protagonizado por la sociedad civil.»
Referéndum y participación. En 2011, inversión de tendencia: contra las
nucleares, por el agua pública como bien común y a favor de la abolición del
impedimento legal para procesar al presidente del Consejo, acuden a las urnas
más de 27 millones de mujeres y hombres; se sobrepasa el quorum exigido con una
avalancha de Síes.
Ese referéndum se sitúa en el contexto
de un nuevo clima: toda una serie de sucesos y acontecimientos demuestran que
el viento, en Italia, está cambiando de verdad. Las manifestaciones de mujeres si ahora no, cuándo el 12 de febrero, los estudiantes, la
huelga general de la Cgil
el 6 de mayo, las elecciones administrativas de la primavera que ven la
afirmación abrumadora de los candidatos de izquierda: deshielo y desencanto.
Ese verano estalla, también en Italia, la crisis económica. Desde
el miércoles 16 de noviembre Mario Monti, ex comisario europeo para la Competencia , es el
nuevo presidente del Consejo de ministros después de la dimisión de Berlusconi.
Garden of Error and Decady es una obra de arte de Michael Bielicky y Kamila B. Richter. Se
trata de una instalación multimedia que reproduce un videojuego, o mejor dicho
un data-driven narrative game… y el espectador interactúa
directamente por medio de una palanca de mando, unjoystick. Parece una fantasía, pero las imágenes
del paisaje digital en continuo movimiento -proyectadas a todo lo largo y ancho
de una pared--son símbolos de una multiplicidad de sucesos tales como
catástrofes naturales, atentados terroristas, desastres ecológicos, guerras,
crisis financieras, accidentes aéreos, daños para la salud, desórdenes
sociales, pobreza y hambre. Es una película interactiva generada en tiempo real
porque datos de la Bolsa
y de Twitter se insertan de forma instantánea en la obra modificando los
acontecimientos e interviniendo en las imágenes con pictogramas
correspondientes a los distintos sucesos negativos. Con la palanca de mando el
espectador puede golpear los símbolos como en un videojuego: se puede
participar, es posible eliminar determinados elementos. En realidad es una mera
ilusión pensar en poder influir en el curso de los acontecimientos: el efecto
del disparo está determinado por la marcha de los mercados financieros. Si los
índices bursátiles suben, el disparo del espectador eliminará la noticia
negativa; al contrario, si los índices descienden, el golpe provocará la
proliferación del suceso negativo. Impotencia: los hechos supraordenados han
alcanzado ya un nivel tal que se han hecho incomprensibles o inmodificables. Y
sin embargo determinan realmente la vida de todos, todos los días.
Es necesario estar siempre atentos a
los referéndum virtuales.
Traducción Paco Rodríguez de Lecea
domingo, 27 de enero de 2013
Hundimientos y promesas (2)
Hablando más en general,
¿qué relación tiene la izquierda con el movimiento de los movimientos? ¿Busca
un interlocutor, una relación, o bien se confronta con él sin interrogarse
siquiera sobre los contenidos y las instancias que hay puestos sobre la mesa?
A caballo entre finales del siglo XX y
principios del XXI, en Europa se van configurando dos izquierdas: una moderada,
reformista y compatibilista, que forma parte del gobierno en muchos lugares y
se mantiene apartada del movimiento; la otra, radical y anticapitalista,
reducida casi en todos los países a la oposición, que sí se relaciona de
diferentes formas con el movimiento.
En este punto sitúo la primera gran
ocasión perdida que se ha presentado a toda la izquierda europea para emerger
de la derrota histórica del siglo XX.
A pesar de obviar el análisis sobre el
fracaso del movimiento obrero y de la izquierda en el siglo anterior, y de unos
planteamientos culturales situados en unas coordenadas muy lejanas a aquella
derrota, este movimiento –tanto por su dimensión mundial como por los temas que
plantea y la organización innovadora que practica– tiene una vocación
potencialmente anticapitalista y de transformación de la sociedad. Es un
movimiento nuevo que no renuncia al cambio del orden actual de las cosas; es
decir, comparte la misma inspiración que había caracterizado al nacimiento del
movimiento obrero moderno en el siglo XIX. Pero vive esa inspiración de forma
distinta, a partir de los efectos de la globalización capitalista sobre la vida
de las personas y de las poblaciones del mundo, y no de la identificación de la
causa primera de la explotación y la alienación. Precisamente esta última
motivación había sido abandonada en los años noventa por el sector mayoritario de
la izquierda, que por el contrario fundamentó sus propias opciones de gobernar
en la modernización que aportaba el fenómeno de la globalización.
Se perdió la
ocasión porque la izquierda moderada estaba centrada entonces en la tesis de la gobernabilidad, y eso la hizo desconfiada,
preocupada y, en última instancia, contraria a aquel movimiento. Con la
gobernabilidad, la izquierda moderada teorizó acríticamente la gran oportunidad
que suponía para ella la globalización capitalista tal como se estaba desplegando
en el mundo. Y erró en el fondo del análisis, al contrario que el movimiento de
los movimientos, que sí captó su sentido último. Aparecieron de esa forma dos
posiciones –la del movimiento y la de la izquierda moderada–, incompatibles
entre sí.
Pero en último
término, también la izquierda radical perdió la ocasión...
... y
entonces, la izquierda radical –la que tú has definido muchas veces en relación
con el anhelo de la alternativa de sociedad–, ¿cómo se sitúa en este contexto? ¿Qué
relación establece con el movimiento de los movimientos?
Antes que nada, hemos de reconocer que
la izquierda radical no posee la masa crítica suficiente para asumir la
suplencia de la izquierda moderada y mayoritaria en Europa, después del
desmoronamiento de ésta. Pero es más, tampoco posee la fuerza necesaria para
extraer réditos de su estrecha relación con los movimientos. Hablo
principalmente por la experiencia que he vivido con Rifondazione comunista,
partido político –lo subrayo– incluido en el movimiento de Génova y único
partido europeo aceptado como firmante de la Carta de principios del Fórum social mundial de
Porto Alegre 2001.
Cuando el
movimiento estaba en ascenso –desde su estadio formativo hacia una madurez
posible–, también nosotros perdimos la ocasión. Rifondazione perdió la ocasión.
Allí se enredaron la inocencia del movimiento y la radicalidad de su práctica
social, cuando su futuro estaba todavía enteramente por escribir; y justamente
en ese momento nosotros habríamos debido desplegar toda nuestra iniciativa e ir
mucho más allá de la simple adhesión.
En el trienio
comprendido entre 2001, con Génova, y 2003, con las grandes manifestaciones
contra la segunda guerra del Golfo, el movimiento de los movimientos tenía
todavía una dimensión mundial, disponía de una fuerza propulsiva que es posible
rastrear en las trayectorias colectivas e individuales de una generación
política, y en su seno maduraba una cultura crítica que planteaba con
determinación el horizonte de otro
mundo posible. A pesar, en la
parte negativa, de la enorme dificultad derivada del extrañamiento / aversión
mostrado por la izquierda mayoritaria, y a pesar también, en lo positivo, de
los avances realizados por una parte de la izquierda alternativa italiana
–ruptura con el estalinismo, no violencia, participación en los movimientos sin
pretender adjudicarse roles vanguardistas de heterodirección–, a Rifondazione
le faltó valor para comprometerse a fondo en el intento de renacimiento de una
izquierda nueva capaz de romper con el pasado para dar vida a una salida de izquierdas de la crisis del movimiento obrero
del siglo XX.
De haberse autodisuelto, Rifondazione
tal vez habría podido impulsar, en el seno de un cuerpo político que había
rechazado poner punto final a la historia del movimiento obrero, un giro
innovador que de verdad habría significado la conclusión de una época. Era
posible salir por la izquierda de la crisis del movimiento obrero con una
operación simétrica y opuesta a la de la Bolognina [el anuncio en Bolonia por Achille
Occhetto, en noviembre de 1989, de la svolta que
concluiría en la disolución del Pci y el nacimiento del Partido democrático de
izquierda - PRL]: llevar a cabo una renovación radical de la forma-partido
–que todavía se llamaba “comunista”–, refundando una nueva izquierda a través
de la relación predominante con el movimiento de los movimientos. Faltó la conexión sentimental: en este caso específico entre un
partido, Rifondazione, y las multitudes del movimiento.
Igual que en Inglaterra, a finales del
siglo XIX, el laborismo político nació de la historia de las Trade Unions, o
dicho de otro modo de la historia del sindicato, del laborismo social, así
también del movimiento de los movimientos habrían podido nacer nuevas
organizaciones políticas (sin que ello significara una alienación total del
movimiento en esa perspectiva). Nosotros tendríamos que haber hecho nuestra
parte: es decir, disolver Rifondazione y ponerla en relación y a disposición de
aquellos sectores del movimiento interesados en el tema de la subjetividad
político-partidaria.
Quiero
señalar, sin embargo, que este tema no fue en aquel momento planteado en el
orden del día por nadie; lo que en cualquier caso no quiere decir que no fuera
una necesidad. Una necesidad para el futuro.
También
están cargadas de futuro, incluso hoy, las palabras de Tom Benetollo,
presidente histórico del Arci [Associazione Ricreativa e Culturale Italiana]: «En esta noche
oscura algunos de nosotros, en su pequeñez, son como aquellos “lampadieri” que
avanzaban con un farol colgado de un palo que llevaban apoyado en el hombro e
inclinado hacia atrás. De este modo el “lampadiere” veía poco delante de él,
pero posibilitaba a los viajeros viajar más seguros. Algunos hacen una cosa
parecida. No por heroísmo o narcisismo, sino para sentirse del lado bueno de la
vida. Por lo que uno mismo es. Creedlo.» ¿Podemos resumir en esta frase la
vocación y la misión de aquel movimiento?
Las palabras de Tom tienen un eco antiguo. Dante escribió en el Purgatorio: «Facesti come quei che va di
notte, / che porta il lume dietro e sé non giova, / ma dopo sé fa le persone
dotte.» [En traducción de Ángel Crespo: «Fuiste como el que va en la noche
oscura, / que no goza la luz que tras sí lleva / y luces al que va detrás
procura.» Son palabras que Dante pone en boca del poeta Estacio, que las dirige
a Virgilio - PRL]
Pienso, sin
embargo, que esa espléndida frase de Tom revela un límite del movimiento. La
generosidad de la que él habla es cultura del movimiento. La imagen crucial es
la del “lampadiere”, que cumple una función precisa por el modo de sostener la
luz de tal modo que beneficia al que camina detrás: la lleva privilegiando el
camino seguro de los viajeros en lugar de iluminar el camino que se extiende
delante de él. A continuación, Tom señala que esa disposición debería ser el
modelo de comportamiento de los protagonistas del movimiento. Finalmente,
quienes aceptan cumplir esa función, escribe, no lo hacen por gratificación
personal ni por una actitud particularmente heroica, sino para sentirse “del
lado bueno de la vida”.
Sin la menor
duda es necesario salvaguardar la “vida buena”, incluso como lección para el
futuro, pero al mismo tiempo debemos reflexionar sobre la metáfora del
“lampadiere”. Precisamente en el modo de actuar de esta figura señalaría yo el
límite del movimiento. La cuestión de fondo es la siguiente: ¿dónde situamos el
punto de luz durante el caminar revolucionario? Aunque cuidemos de la seguridad
del caminante, tembién tenemos que estar en condiciones de iluminar el
trayecto. De no hacerlo así, ese trayecto acaba por agotarse: en cierto punto
ya no sabes adónde ir porque has privilegiado la seguridad de los que están a
tu espalda. La luz es tan tenue... Has elegido la vida buena pero corres el
peligro de no acertar con el buen camino.
Así pues, Tom
nos habla de una manera extraordinaria de la ética de la vida, pero no de la
política. Sus protagonistas son muy buenos desde un punto de vista ético, pero
no son políticamente previsores porque no disponen de la luz que señala el
camino a seguir. Ese posicionamiento estratégicamente generoso y altruista de
la iluminación, en cierto sentido habría impedido al movimiento generar un
cambio duradero: una transformación.
Aparte
metáforas y más allá de la reflexión sobre los símbolos, todo esto puede quizá
resumirse en una frase: el movimiento de los movimientos ha sido premonitorio y
ha ejercido una crítica eficaz de las grandes injusticias llevadas a cabo por
la globalización neoliberal, pero no ha conseguido poner en pie una real y
auténtica alternativa de
sociedad.
Por tanto,
hemos de hablar de otra ocasión perdida. Y por paradójico que resulte, de una
ocasión perdida en primer lugar precisamente por el movimiento mundial que supo
casi en solitario ver críticamente el carácter opresivo y alienante de la
globalización capitalista, contra la que empezó a poner en práctica formas
inèditas de oposición y de lucha.
Traducción Paco Rodríguez de Lecea.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)